Cuando conversan, ambos concuerdan en que a los dos los criaron para querer a sus familias y al prójimo. Algo salió mal. Por alguna razón, ambos desde niños se rehusaron a la sabiduría familiar, siguió la disputa por años y nada mejoró; ambos también coinciden en que a pesar de haber pasado la cincuentena, a veces confiesan a sus padres lo más importante de ellos. La doctrina se ha impuesto y devino en sentimiento; a través de ese prisma verán el paisaje y no se podrán desempolvar de sus adoctrinadores. Quizá por eso pueden ser algo así como dobles.
Él es mejor persona que ella, es más bilioso que ella también. Conviene detenerse en él.
Un día típico de él está ensombrecido (o alimentado) por gusanos que generan de tempestades, esto desde joven. Se puede levantar tarde o temprano, dependiendo de las actividades nocturnas; una borrachera, un polvo, un libro o una plática con su esposa. Pero generalmente, el día comienza a las seis de la mañana, así puede ir temprano al diario y chequear que todo marche bien. Desayuna con su mujer, lee varios diarios. ¿Buscó esa vida siempre? No lo sabe, pero es la única que se le ocurrió para sobrevivir. Va a su oficina. Revisa los contenidos de los diarios hasta la tarde. Hace chistes, cuenta anécdotas. En algunos minutos libres estira el cuello y observa a jóvenes practicantes. Dependiendo de su humor y el de ellas, puede llevarlas a tomar algo e intentar algo más; ellas no dirán que no porque su celebridad es por unos minutos, celebridad de ellas, jóvenes esperanzadas en un brazo fuerte que las sujete, y bien. Luego, o en vez de ello, continuará con una manía que aprendió de joven y merodeará por donde no le corresponde. Esos trayectos se han vuelto sofisticados, se enorgullece. Otras veces ejecutará muertes inverosímiles, imaginará cuerpos destazados, entrañas desperdigadas, vientres hinchados. También se construirá a sí mismo como un monstruo aniquilador o un obrero de construcción civil consumado como héroe urbano Y todas esas muertes serán comandadas por las tempestades que ahora, bajo azote, son esencialmente su oficio. La llegada de la noche es pretexto para hablar con sus hijos y para entregarse al amor, ciertamente.
Muchos colegas, todos son colegas, ningún amigo, dice él, lo felicitan hipócritas porque nunca pensó en el movimiento sino hizo el movimiento.
Un día no tan típico, recibe la llamada de ella. Ella siempre lo ha buscado aunque él crea lo contrario. A él le pareció interesante en comienzo pero después la encontró absurda. Allí está ella sentada en un lugar donde convinieron, un lugar público, esperándolo desde hace cinco minutos. Él no se emociona porque siempre es lo mismo. Ella, alguna pareja ocasional, un hijo, unas páginas, o algún descascaramiento del mundo. Siempre le ha ido bien o eso cree él, si tan solo ella supiera ver con claridad, se dice. Aguza la vista y la observa. Quizá por primera vez la observa bien. Agradece a la ventura de que no haya insistido en ella, porque ella está sentada en una mesa muy alejada, con los dedos deformes, como alambres consumidos por el fuego, con las cuencas vacías y las crenchas secas, alborotadas. Parpadea; la puede ver con la claridad del amanecer. Avanza y nuevamente parpadea; la imagen anterior se desvanece. Allí está ella con las cuencas llenas, los dedos donde deben estar y el cabello disimulado; y sin embargo, la imagen anterior, la que apareció en el momento en que entró al lugar no desaparece, sino que permanece, transparente, cada vez que él alza la mirada hacia ella. Pero no le asusta, y eso es bueno.
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