Su nueva mascota era un rinoceronte. En una escena de una encantadora película sobre artistas, el holograma que representaba a Salvador Dalí dijo repetidas veces: rinoceronte. Para los entendidos, una delicadeza eso de hacerle repetir al holograma la palabra rinoceronte; el pintor tan enamorado que estaba de los cuernos del rinoceronte, que creía, concentraban la proporción del mundo. El joven vio esa escena y de golpe se acordó de EL rinoceronte: el de sus textos escolares, el de Durero.
Recuerda una nota chiquita en el texto (o algo así): El rinoceronte de Durero es hijo de un caballero armado y de un mamífero prehistórico. Durero nunca vio un rinoceronte en su vida, sino que en 1515 le llegó una descripción de un amigo portugués que había visto a uno. Allí esta el rinoceronte de Durero; ha habitado varias épocas y sobreviviría con suerte al resto de rinocerontes pasajeros, le dice el joven a la persona que le traerá el rinoceronte. La persona que le traerá al rinoceronte es un comerciante alemán que vende animales de zoológicos personales de millonarios aburridos o que han fallecido. Ese día están sentados en el gran salón y apunto de firmar el contrato de compra y venta, el joven agrega: Si uno se pone a pensar bien, los rinocerontes no deberían pertenecer a una era que se caracteriza por lo mínimo, hasta por el mínimo esfuerzo. Y sigue, como recitando: mi nueva mascota despliega proporciones que responden a los caprichos de otro dios, no del nuestro, que parece ser amante de las bacterias y microorganismos. Por eso la adopto.
El vendedor, bastante harto de toda esa cháchara infantil sobre las dimensiones de los animales, que le hacen recordar a su hijo cuando comenta todo a partir de lo grande, chico, alto y largo, le dice que su nutrición debe depender de un especialista solamente. Firman el contrato y el vendedor se va satisfecho.
Pasaron tres meses, fecha en que el animal debería estar ya en sus jardines, ampliados y acondicionados para su llegada. Sin embargo, una tarde de ese tercer mes, recibe un telegrama en el que le dicen que el barco donde venía el rinoceronte encalló en un muelle de piedras y que el animal falleció a pocos metros de la costa, aunque toda la tripulación se salvó. Fue el peso, le explicaba un tripulante, un rinoceronte pesa casi mil kilos, no había forma de hacerlo flotar; su piel no ayuda, son escamas gruesas, demasiado gruesas y secas y es como si absorbieran el agua. La armadura.
De regreso a casa, contempla su copia del rinoceronte armado de Durero. Amargado, blasfema contra el mar, que tampoco está acostumbrado a los animales de otra era. Otro era el mar que sostenía a Cthulhu, a millones de krakens; blasfema contra el mar de hoy, aficionado a las bacterias.
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