Cuelga la tierra sobre la nada.
Job 26:7
El paisaje que se aprecia de la Tierra desde la Luna es sinceramente devastador. Hace algún tiempo, antes de instalarme en la Luna, pensaba que hallaría la ubicación exacta del infierno fuera de la Tierra. El primer día que pasé en la Luna supe que, efectivamente, cualquier infierno se encuentra fuera de la Tierra. La falta de oxígeno apretaba mis pulmones, la falta de gravedad alternaba el flujo de la sangre y las sustancias químicas de mi cerebro no hallaban un camino. Tardé tres horas en morir. A pesar de haber nacido selenita, el cambio entre la atmósfera de la Tierra y la ausencia de algo parecido a la atmósfera en la Luna resultó increíblemente perjudicial para mi sano juicio. Antes de venir a la Luna me había insertado en la tranquilidad de saberme finito, que no me molestaba; la dicha de la fatalidad. Ahora que me encuentro en la Luna extraño esa dicha. Pero aun así, sumido en la soledad de un anacoreta del espacio exterior, puedo pensar mejor en mis últimos años (quizá años-luz) de vida. Después de tres horas, mi cuerpo cayó en una descomposición fatal. Dejé de respirar. No sé si mi cuerpo se conservará mejor en este lugar. Sospecho que no hay bichos ni tierra que pueda desaparecer mi piel. Yo sabía que nunca podría regresar a la Tierra y descomponerme. Eso era claro, pero me animaban dos cosas: poder ver el Infierno y la Tierra desde lejos.
He visto pasear a Galileo por acá. Lo han traído las ánimas de la naturaleza. Es su propio cielo. Las ánimas de la naturaleza lo han premiado; no soportaban que la Tierra se ufanara de ser el centro del universo. Galileo deambula cuando puede por los satélites que ha descubierto; imagino que está más tranquilo porque no hay ensotanados que lo persigan. Pero no sé qué hará Galileo cuando todo esto se desintegre también.
Mi plan es el siguiente. Pienso lanzar mi forma gaseosa hacia las profundidades del espacio. La falta de gravedad ya no es problema para mí.
Caeré, caeré por tiempo infinito, pero es probable que halle un tope. Allí sabré que he llegado al infierno.
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