Carta a Byron. Hola


Byron:

Cuando encuentres esta carta, yo estaré en una avenida de un distrito lejano, no te daré la latitud exacta para que no busques y encuentres, porque la verdad es que a estas alturas quisiera que me encuentres aunque sé que por mí, como me lo dijiste ayer, sientes la pena más miserable del mundo, desgracia de dos amantes que como nosotros, alguna vez con goce trocamos nuestras lonjas de carne por una felicidad absoluta que quizá, como dices también, no nos dejó ver más allá.

Es sumamente injusto casi todo lo que has dicho de mí, no soy ningún camaleón que se ha decidido tomar el color de tu piel; ni la que tuya tuviera un color definitivo, solo piensa en cómo me hallaste, tuve que sujetarme de ti un momento, hasta que hallase el rumbo yo sola, qué joven era entonces, yo fui tú, tú seguiste tú, ni siquiera volteaste para mirarme cómo iba detrás tuyo, siguiéndote. Olvidaste que seguía allí y no me reproches nada que tú alimentabas con carbón el fuego de mis entrañas. 

Había una decisión solamente mía que no tenía que ver contigo aunque albergaba en mi cuerpo una célula tuya o algo así, no estoy segura cuál es su naturaleza exacta. Hay que echarle la culpa, al giro fatal del destino solamente, que un día horrible, de verano, esos que embotan el cerebro, cuando andabas tan prendado de mí y yo solamente apenas dede ti, más estaba atontada con tu piel que otra cosa, decidí no tener ningún hijo tuyo, Byron, decidí esperar a que algún día mi útero alimentara tejidos mejores que los tuyos, células más aptas para el mundo que las contaminadas por tu estúpida apatía. Y aún así, con esa carga que fue disimular las reacciones de mi cuerpo, no te dije nada, meses de silencio, que como te darás cuenta ahora, muestran la mejor de las valentías, la mía. Cuando estaba en la camilla, aguijoneada, avergonzada, ni siquiera pensé en ti, solo en mí, y cómo nadie ya me adoraría, ni vendrían reyes magos ni estrella luminosa en el firmamento que celebren, oh, que celebren que alguien está vivo, ese momento justo en que tubos se ensañaban con mi cuerpo nunca pensé en ti, pequeño miserable, sino en quien pudo ser y no fue. Eso no lo decidiste tú.

Alicia

domingo, 1 de enero de 2012

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