Pequeña taxonomía. Smilodon.


En mi mente está corriendo el Smilodon, hermosa vejez. Es tan inventado como mi gato, que duerme plisado en dos. Nunca sabré la verdadera naturaleza de mi doméstico amigo; siempre trato de dotarla de algún significado, a partir de mí. Dudo que él haga lo mismo conmigo, tan ocupado como  está en su infinito pelaje y tiempo. 

Es probable que un ancestro mío debe haber avistado al Smilodon como un relámpago por la hierba. No se habrá sorprendido aunque no descartamos que pudo haber sentido un hormigueo de muerte en las entrañas en cuanto apreció el blanco humo de sus colmillos. Unos dicen que los colmillos sirven para desgarrar los nervios de la presa; estos animales amantes de la sangre caliente. Otros niegan ello: no hay necesidad. Uno de las copias modernas del Smilodon, el tigre, no necesita de semejante armazón para alimentarse, y trescientos kilos no se satisfacen solo con pequeños mamiferos. El Smilodon, increíblemente, también llegó a pesar como el holocénico tigre. Los colmillos del Smilodon son, como el collarín blanco del cóndor, las alas de una polilla, los ojos del caballo, las formas circulares de los octópodos, solo puro entretenimiento de la vida, retiro, belleza. Lo de la utilidad y progreso es alguna infeliz ocurrencia del homo sapiens sapiens, primates pentadactilia ansiosos de poner en movimiento sus veinte dedos.

Pero volvamos al Smilodon. Tenemos que reconocer que la naturaleza o los espíritus que la animan son los que mejor gusto tienen. El hombre no puede competir, solo aprender mirando, desintegrando y trazando. Es seguro que el tigre ostente proporciones áureas como el girasol o como la caracola. Solamente podemos ver al Smilodon a partir del cuerpo del tigre, nuestra ceguera actual solo nos permite ver en categorías. Podríamos entonces hacer conjeturas sobre su pelambre y sobre su osamenta. Un biólogo puede dar las coordenadas de su vida, un paleontólogo sobre su osamenta; cada uno de nosotros puede animarlo. Así, pace en las hierbas pleistocénicas, come, duerme (seguramente muchas horas como los felinos actuales), sueña; no se da cuenta de sus colmillos, o sí, los luce instintivamente. A veces estos les sirven en sus disputas a muerte. Se encrespa ante la presencia de un extraño y entrega su cuerpo por su vida. Sus colmillos tienen forma triangular, como los cuernos de los rinocerontes-unicornios. Caza, marca su territorio, defeca; se aparea. Roza su cuerpo contra la rugosidad de la madera, moja con saliva su pelaje, absorbe la sal del agua con placer. Usualmente pace solo, se abriga en cuevas o descansa bajo árboles. Y en las noches, puede ver mejor que el resto de animales pleistocénicos, no todos, claro, pero sí algunos. Sobre nuestro Smilodon, la misma bóveda celeste que nos cubre hoy, los mismos luceros que él no nota, el mismo sol de la mañana, el mismo suelo, la misma atmósfera, la misma capa de ozono, el mismo proceso de evaporación y condensación del agua, de precipitación, que asegura la supervivencia. 
También la misma inocencia de mi gato, es la del Smilodon, la misma felicidad. 

domingo, 8 de enero de 2012

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