Un extraña desazón se confunde con mis huesos, acaso me impide dormir. Podría levantarme y pedir a una criada que me acompañe, que trence mis cabellos, o que bañe; pero está el licor de la celebración, es difícil levantar a alguien. En el lecho no me acompaña nadie hoy; es difícil enfrentar la oscuridad absoluta a solas, más aún después de esta noche en que he tenido entre mis manos una cabeza ensangrentada.
Necesito contarlo, en voz alta, hasta gritarlo. Mejor me levanto y avanzo hacia otros aposentos, donde la oscuridad no asfixie. Este lecho no me deja dormir, está caliente, quiero sacarme esa molestia de los huesos. Menos mal que el camino está iluminado por pequeñas teas, gracias prudentes criadas, madre. ¿Y si voy al lecho de mi madre para que me diga, muy bien Salomé, era necesario? Necesito el reconforte de sus manos sobre mi cabeza. El piso está tan frío que calma mis ardientes suelas, aún no se va la oscuridad del todo, a qué hora se asomará el sol...pero me calcinará, aunque acabará con la oscuridad definitivamente. Esta ventana pequeña solo muestra parte del cielo. Astros. Díganme, ¡háblenme! Madre necesito que me asegures que la extraña desazón se extinguirá de mis huesos.
¿Qué tenía el Bautista contra mi madre? ¿Y mi padre? ¿No podría matarlo él? Qué hace de un hombre de valía si nos amenaza, si condena a mi madre, si maldice mi prole. Qué hace de un hombre de valía, le pregunto a los astros, si persigue las palabras de un loco que cree resucitará en carne y hueso. Y aún así hubiera besado su cabeza inerte para terminar de condenarlo a él en la más absoluta brasa que los de su secta dicen que existe luego de morir. ¡Astros! Qué desazón merece un hombre, qué tristezas merece un hombre que se viste solo con un pellejo de animal y desdeña la riqueza de mi cuerpo, que Herodes atento aprehendía con su mirada para siempre. Ninguna.
Mis párpados también me arden. ¿Y mi padre, y Herodes? Estará febril en el lecho de mi madre, a quien habrá hecho suya pensando en mí, en el baile de hoy...la cabeza del Bautista.
No merece el Baustista el calor de mis suelas, de mis manos, de pecho, el sudor que se asoma en mi frente; y su cuerpo mutilado no desaparece de mis párpados sin embargo. Si los astros no castigan, entonces qué es esa crueldad de la visión de la sangre, del corte certero del cogote del animal ese Bautista, Astros, entonces ¿qué es? Ojalá pudieran hablar, ahora que los observo, en esta noche, esta noche, Astros.
Necesito contarlo, en voz alta, hasta gritarlo. Mejor me levanto y avanzo hacia otros aposentos, donde la oscuridad no asfixie. Este lecho no me deja dormir, está caliente, quiero sacarme esa molestia de los huesos. Menos mal que el camino está iluminado por pequeñas teas, gracias prudentes criadas, madre. ¿Y si voy al lecho de mi madre para que me diga, muy bien Salomé, era necesario? Necesito el reconforte de sus manos sobre mi cabeza. El piso está tan frío que calma mis ardientes suelas, aún no se va la oscuridad del todo, a qué hora se asomará el sol...pero me calcinará, aunque acabará con la oscuridad definitivamente. Esta ventana pequeña solo muestra parte del cielo. Astros. Díganme, ¡háblenme! Madre necesito que me asegures que la extraña desazón se extinguirá de mis huesos.
¿Qué tenía el Bautista contra mi madre? ¿Y mi padre? ¿No podría matarlo él? Qué hace de un hombre de valía si nos amenaza, si condena a mi madre, si maldice mi prole. Qué hace de un hombre de valía, le pregunto a los astros, si persigue las palabras de un loco que cree resucitará en carne y hueso. Y aún así hubiera besado su cabeza inerte para terminar de condenarlo a él en la más absoluta brasa que los de su secta dicen que existe luego de morir. ¡Astros! Qué desazón merece un hombre, qué tristezas merece un hombre que se viste solo con un pellejo de animal y desdeña la riqueza de mi cuerpo, que Herodes atento aprehendía con su mirada para siempre. Ninguna.
Mis párpados también me arden. ¿Y mi padre, y Herodes? Estará febril en el lecho de mi madre, a quien habrá hecho suya pensando en mí, en el baile de hoy...la cabeza del Bautista.
No merece el Baustista el calor de mis suelas, de mis manos, de pecho, el sudor que se asoma en mi frente; y su cuerpo mutilado no desaparece de mis párpados sin embargo. Si los astros no castigan, entonces qué es esa crueldad de la visión de la sangre, del corte certero del cogote del animal ese Bautista, Astros, entonces ¿qué es? Ojalá pudieran hablar, ahora que los observo, en esta noche, esta noche, Astros.
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