Melanie no divisó a Benjamin, amigo de infancia, en el bus uno de los fines de semana en que regresó a casa. Recuerda ese episodio porque está cambiando el forro de los álbumes de fotos. Ha comprado recién un álbum para las fotos de Walter, qué descuido. Walter ya tiene dos años pero pocas fotos. No le gusta tomarle fotos, porque cada vez que hay oportunidad, no encuentra la cámara, o no la lleva, o prefiere quedarse con la mirada fija en él; así podría pintar varias escenas porque sabe el rostro de Walter de memoria. La infancia de ella son siempre fotos colectivas, abrazada con niñas, o sino con algún disfraz, acompañada de otros niños, en una fiesta alrededor de una gran mesa de cumpleaños, o jugando en el parque, circunstanciales, sin pose. Hay algunas fotos que John no ha visto, que ella ha decidido no enseñar. Entre esas fotos están varias de ella de adolescente, con faldas altas y mucho maquillaje, peinados horribles y las de la universidad, su peor época, el rostro demacrado siempre, pero también con novios o en fiestas, que prefiere que John no vea y no sepa. Piensa que igual John debe guardar muchas fotos que no quiere que ella vea. Es mi vida solo lo que tú ves, le advirtió. Por eso había venido hasta Australia, adiós al clan inicial que aún la saluda por cumpleaños, y de sus padres que, se encuentran bien pero que solo han visto al nieto una sola vez.
Reconoce su foto con Benjamin, sentados un muro, con una sonrisa adolescente. Esa foto la debió tomar su prima Elsie, porque solía ella acompañarla al mar; sus padres no querían los dos enamorados vayan solos, todo eso en el último año de colegio de Elsie y Benjamin. Reconoce a Benjamin en la foto, se ve más moreno de lo que recuerda, debe ser por el sol. No es que podría decir cómo es él. Difícilmente describiría cómo lucía ese sábado en que lo vio en el bus.
Se alegraba cada vez que regresaba a casa y tenía esperanza de dejar la vida en Ciudad del Cabo y ser como su madre o su padre porque nunca había pedido más felicidad que la que George podría ofrecerle. Llevaba ya dos años en la universidad y se había tomado muy en serio el teatro, su única satisfacción. Benjamin fue quien la tomó de la muñeca mientras ella pasaba por el corredor hacia algún asiento vacío del lado de la ventana.
Se alegraba cada vez que regresaba a casa y tenía esperanza de dejar la vida en Ciudad del Cabo y ser como su madre o su padre porque nunca había pedido más felicidad que la que George podría ofrecerle. Llevaba ya dos años en la universidad y se había tomado muy en serio el teatro, su única satisfacción. Benjamin fue quien la tomó de la muñeca mientras ella pasaba por el corredor hacia algún asiento vacío del lado de la ventana.
--¡Melanie!, le dijo.
Ella volteó rápido.
--Soy yo, Benjamin--ella no respondió--, Benjamin, Benjamin Rott.
La repetición de su nombre, como un hechizo, tres veces, hizo que ella soltara la expresión inquisidora de su rostro, y le dijo, ¡Oh Benjamin!, y se sentó a su lado de inmediato.
Benjamin en ese entonces solo estaba de pasada en George; había venido porque su padre estaba muy enfermo. Vino desde Londres a ver a toda su familia, llevaba tres años de ausencia. Si sus padres no le hubiesen insistido tanto en ir a la universidad, Melanie habría ido a Londres también porque era leyenda en el grupo de amigos del barrio que Benjamin llevaba una buena vida en Londres. No habría ido por seguirlo sino por estar con él. Son dos cosas distintas, siempre lo creyó; sintió por él un profundo afecto que a veces la juventud transforma en sentimientos primarios y confunde con pasión. Benjamin se graduó cuatro años antes pero no quiso estudiar en la universidad. Había pensado desde muy joven en dedicarse a la música. Lo intentó, Melanie admiró por mucho tiempo, su tenacidad, el lío con las partituras, pero por alguna razón Benjamin se fue desentendiendo de la interpretación. Melanie, en realidad, había admirado en un tiempo, todo de Benjamin, solo que él nunca se detuvo en ella, sino en Elsie y en otras chicas que pululaban alrededor y luego cuando partió a Londres, dejó de verlo pero por alguna razón, y a pesar de todos los hombres que había creído amar, siempre lo recordaba como un asunto pendiente y ese era un pensamiento malsano que opacaba su vida.
Benjamin empezó la conversación sin creatividad, parecía uno de esos tipos que se enorgullecen todo el tiempo de sus decisiones que creen, son más audaces que las de su generación. Comenzó diciendo que usualmente dedicaba su tiempo en su trabajo en una productora independiente de Londres a la que llegó por un tío también aficionado a la música. Ayudaba con la producción sobre todo de jingles. La productora sobrevivía de los jingles pero auspiciaba a otras bandas cuyos nombres Melanie ha desechado por poco importantes. Cuando sucedía eventos importantes, Benjamin era corresponsal de la revista Rolling Stone aunque él le afirmó que no era para tanto. En realidad, por su cercanía con el movimiento no comercial, se había contactado con la revista para reseñar algunos nuevos lanzamientos de grupos vinculados a su productora. Una basura, el ambiente, le dice Benjamin para calmar su emoción; los críticos usualmente se habían ensañado con las buenas bandas y es que en realidad es el fin, Melanie, la música disco ha arruinado todo. El bus había llegado ya al lugar donde debían bajar, porque vivían cerca, pero eran las seis de la tarde, siguieron conversando. Ninguno quería llegar a casa todavía, querían seguir conversando en el bus. Melanie esperaba que Benjamin le dijera cuánto había cambiado o cómo parecía más guapa que antes. Pero sus comentarios solo tuvieron otro tono cuando con una voz muy grave dijo que enorgullecía de ser el único corresponsal de los Talking Heads para la revista cuando el grupo iba a Londres. Demonios, los Talking Heads. Melanie había escuchado un disco que le prestó una amiga, pero no le gustó. Solo le había gustado la canción de Al Green que habían versionado los Talking Heads y que primero escuchó en la radio. Es que la canción se llamaba Take me to the river y había un momento impresionante en que David Byrne con una voz muy provocadora pide que lo lleven al río para que laven su alma.
--Mi vida se alterna entre la productora y la revista y una chica con la que pienso comprometerme, Chloe, dijo Benjamin con un tono algo altanero.
--Qué interesante, le dice Melanie inexpresiva. Una chica, ya lo habría previsto.
Melanie quería que Benjamin se detuviera con toda esa explicación sobre su prometida y que luego se trasladó hacia la diferencia entre el espíritu del Talking Heads antes y después de la entrada de este tipo, Brian Eno y la llevara al río para que lave su alma, porque en ese momento en que Benjamin le comentaba cómo le iba con la productora y su vida amorosa, ella no quería interrumpir porque le agradaba más así, hipnotizado por sí mismo, con voz grave; entonces se vio a sí misma, como otras tantas veces, en esta imagen que aparecía sobre todo en su adolescencia y que quizá por eso se había enraizado tanto en ella y le había hecho tanto daño: en un volkswagen escuchando Take me to the river, con Benjamin en el timón y los dos sin decir nada, mudos, solo escuchando la música y era la felicidad absoluta: four-letter-word, ensimismados en sí y en el río al que estaban yendo, seguramente.
--En los metros subterráneos --por alguna razón, Benjamin, de súbito, cambió de tema y no alteró para nada la mirada de Melanie, concentrada en él--uno podría hasta matar a alguien y nadie se daría cuenta. Se rió un poco. Hay horas en que puede haber uno, dos pasajeros, como ahora nosotros--y miró alrededor--. Eran los únicos pasajeros y la noche caía con fuerza.
Melanie asentía con la cabeza, no escuchaba o pensaba en que este no era un carruaje con cortinas y que todos podrían ver lo que ellos hicieran o no hicieran en el bus, que no habría mano femenina enguantada que cierre las cortinas con discreción y vuelva el carruaje hermético que hasta los separe del conductor, sobre todo de la calle. Solo se da cuenta de que tendría que decir algo.
--Es muy interesante todo lo que me cuentas, haces tanto, yo en cambio, me aburro mucho en la universidad, es decir, me interesan algunos cursos pero no es el ambiente adecuado. Estoy haciendo algo de teatro, pero no es la gran cosa, me pregunto qué sería de nosotros si es que hubiésemos nacido un año antes o después, no me refiero solo a ti o a mí sino al resto, incluso mis padres. --Definitivamente no estaba siendo coherente--Quiero decir, el mínimo movimiento hubiera alterado el giro del mundo, o una nota o un abrazo. Benjamin, --giró hacia él--hace tiempo imaginé que ambos íbamos en un auto, no te podría decir cuándo ni cómo empezó esa imagen a alterar mi imaginación pero eras tú y siempre de acuerdo a la época, escuchamos canciones distintas, juntos en el auto y no decimos nada. Supongo que eso es bueno, encontrar una persona con la que puedes escuchar una canción en silencio y no pasa nada, claro que no es la realidad, si yo me callo, tú de pronto hablas porque hay que llenar el silencio, en cambio en la imagen del auto, estamos en silencio y todo está bien.
Se detuvo porque él la miraba con una sonrisa patronal, como las que dan los psicólogos a los pacientes.
Se detuvo porque él la miraba con una sonrisa patronal, como las que dan los psicólogos a los pacientes.
--Solo eso te quería decir antes de bajarme, porque ya tengo que llegar a casa.
Melanie se paró porque pensó que había dado el discurso más estúpido; en las películas las mejores amigas siempre dan discursos estúpidos a sus mejores amigos, nunca pensó que fuera real pero lo fue. Solo pudo pararse y decirle al conductor que se detenga. Benjamin ni trató de detenerla, solo la llamó pero no se paró, porque se había equivocado con Melanie, ni siquiera debió llamarla, la pobre estaba sin norte. Ni Melanie podría explicarse bien ni él entendería.
Si recordara con absoluto detalle, Melanie concluiría que su discurso develaría decepción y esperanza a la vez. Pero no recuerda al detalle la conversación y solo tiene la imagen de sí misma totalmente avergonzada; para evitar a Benjamin, regresa esa noche a Ciudad del Cabo con el pretexto del extravío de unos documentos. Allí se queda hasta el miércoles en que su hermana le dice que Benjamin ya partió hacia Londres, donde los jingles, las giras de los Talking Heads y donde Chloe y que no la llamaría porque a pesar de que él ha intentado buscarla, aunque solo una vez, ella ya no quisiera hablar con él: la imagen del auto se ha desvanecido y la ha reemplazado otra contundente, están juntos, Benjamin y ella en un bus, no escuchando sino devanando las circunstancias de los Talking Heads y nada está bien, ni el silencio es silencio ni las palabras sirven.
2 responses to El lado de Melanie. Benjamin
Trickster: ¿Siempre hay un Benjamin que vuelve y vuelve sin regresar?
Vanred: Sí, vuelven sin regresar porque son hologramas, proyecciones intangibles. Esas imágenes viven con nosotros hasta que se rompen cuando un sentimiento más intenso, el de la realidad, se confronta (y se supone vence) con el recuerdo. Aunque puede que sobreviva el holograma y no el verdadero recuerdo, supongo que así se construyen todas las personas ideales de nuestras vidas.
t.
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