El lado de Misterio: Allegro con brio

The bear is a river
Ted Hughes

Misterio algún día tocará su último movimiento. Pude ver la primera luz de su vida, pero difícilmente lograré saber su ceguera final. Presiento, sin embargo, que no ha de existir tal cosa, sino más bien imagino que algún día, que no será el último, habrá de despertarse entre los suyos, quizá al lado de su madre que aún permanece, otros tantos hermanos, quizá hijos o yeguas que lo acompañaron en los días de feroces deseos, pero todos ellos similares a él por su velocidad aunada a la fuerza y brío, por la pezuña sin dedos, por la dentadura desafiante y por los ojos avellanados, como el plenilunio, que se desesperan con el roce de las hojas. Se despertará y encontrará la caballeriza abierta, porque lo han olvidado otra vez, como tantas otras veces, incontables veces, los hombres torpes. Saldrá todavía cuando la neblina no se haya disipado y aparecerá como una cortina en el horizonte, semejante al fondo del mar. En la humedad se hallará en su elemento (el suelo tantas veces frenó su bravura) y tratará de descender, por fin, hacia las profundidades; no necesita muchos trotes para que unos gorjeos de las piedras le anuncien la presencia del río. Saludará la velocidad del flujo del agua que lo encandila más y más, porque es necesario saludar al que siempre fue su mejor contendor. Tiempo de lluvia y festín, ancho caudal. Seguirá la corriente por la ribera y tratará de aventajar al caudal, como lo intentó alguna vez, a las fuerzas que nadan en el agua del río, y cree lograrlo, cree lograrlo. Su cuerpo exhala vapor, pero de un momento a otro el oxígeno se vuelve intolerable y poco a poco se irá acercando a la orilla del río; necesitará respirar agua. Sus cascos irán destruyendo las pequeñas redes de algas que se aferran a las piedras redondas. Se internará poco a poco al caudal; en un momento, solo veremos su cabeza de crines onduladas que pugnará por dar el decisivo zambullido. Desaparecerá su cuerpo, como lo conocíamos, en la ferocidad del río. Estará corriendo en las profundidades, levantando polvillo que se irá disolviendo al golpe de los cascos, acompañando a las fuerzas del caudal, que aún permanecen invisibles por la velocidad. Galopará en el fondo con los ojos abiertos, no intentará mirar hacia arriba porque ya no lo necesita, se siente correr en el cielo, y solo verá pulular alrededor pequeños microorganismos eternos que aplaudirán su brío, lo envolverán y se contagiarán de su velocidad, ellos, que en otro momento fueron como él, caballos que en un amanecer decidieron ser ríos. 

domingo, 11 de septiembre de 2011

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