12 de enero. Todesfuge 0


Estoy en Australia. Tengo en mi poder el dinero que dejó encargado Héctor para mí y para mi hermano. La madre de Hector sí dispuso de su dinero y espero que no se le ocurra dar parte a la policía de la existencia de miles de dólares demás en su cuenta. Fui precavida y el depósito se lo hice en pocos montos a lo largo de un mes. Mi hermano no recibió su parte del trato; tampoco había forma de que se enterara. Necesitaba ese dinero para los pasajes y una pequeña bolsa de viaje. En un primer momento pudo parecer un robo, yo lo veo como una necesidad. Escogí Australia porque es lo más lejano en mi cartografía mental, tan lejos como el Polo Norte o la estrella del amanecer y porque encontré una oportunidad de empleo. Sin empleo, el vagabundeo se convierte en una afición temporal que puede terminar en la inanición. Aspiro a ser un gran vagabundo, pero los sueños del vagabundeo no tiene sentido, nuevamente, si no me alimento, si no vivo para ser un vagabundo. Para ello, mientras todavía seguía en el pueblo de mi abuela, pensé en diversas soluciones, que se concretó en una llamada, un correo electrónico de una agencia de empleo. Dejé estos cuadernos en blanco porque para qué seguir escribiendo si yo escribía la historia en tiempo real, con voracidad; no desperdicié ningún minuto, me lancé al llamado del azar. 
Logré terminar la biografía de Misterio y noté que le faltaba realidad y densidad. No es verosímil y es de valientes aceptar el fracaso. No lo descartaré sin embargo, la llevaré conmigo por si necesita ser contada en otra latitud y época. La lectura de una hermosa novela peruana ha arruinado mi visión objetiva de la naturaleza y ha desnudado mi falta de sensibilidad, un verso de Ted Hughes de una antología que siempre cargo, ha banalizado todo intento posterior de querer ser un murciélago, o un oso o un caballo.  

Dejé a la abuela un sábado en la noche y demostramos ambas bastante congoja. Nos tomamos de los brazos pero no lloré ni ella tampoco. Mi equipaje se componía solamente de una mochila y un paquete de mano, regalos para mis padres de la abuela. Cortesía familiar otra vez. Al llegar a casa, todo siguió el funcionamiento del automatismo, solo que me dio gusto sentir el olor de mi infancia. Martín me esperó en el terminal de bus con Deborah, un poco gestada porque finalmente no la llamé; ya hablaría con ella, me interesaba el futuro. Tenía la certeza de que ha visto que sucederá algo malo, por eso la gravedad de su ceño. Tendríamos que esperar a estar solas, pero esa situación nunca llegó. Apenas llegué a Lima, me encontré envuelta en el vértigo del smog, en el tránsito de la salida, los trámites de rigor para irme, el abrazo de mi hermano. 

Y acá me detengo.

No me resulta simpático recordar Lima hoy y peor aún, el olor de mi almohada y de la humedad de mi casa. Quisiera regresar también al silencio de la casa de la abuela, quisiera saber si algún día volveré o tendré que conformarme con recordar el crujido de mis pasos en el piso de madera de la sala. Si sigo escribiendo seguiré evocando los pasos que he dejado. Y estoy ya en Australia. 

sábado, 17 de septiembre de 2011

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