Misterio le puso su dueño porque era el más solitario de la caballeriza y el más arisco. Ya tiende a separarse de su madre, aunque en las noches aún duerme a su lado. Ha cumplido, saca la cuenta su dueño, seis meses casi; nació en febrero.
La hora de dormir llega apenas se asoma la oscuridad, para el cuidador es un alivio, su faena termina apenas se cierra la puerta de la caballeriza. Misterio ha tenido un sueño extraño: soñó que era su cuidador. Usualmente sus sueños se concentraban en sus rutinas diarias o en los paisajes que avista en sus caminatas; siempre son diferentes porque el sol puede estar con más o menos fuerza o el cielo despejado o emblanquecido por las nubes. El sueño comenzó con él caminando erguido y paseando por el bosque de eucaliptos pero con más lentitud, como midiendo el terreno mojado y la hierba se le pegaba a sus nuevas plantas y dedos y le causaban daño. Su piel se había vuelto una lámina que se rasgaba y mostraba la sangre al más mínimo contacto. Esto impedía que pudiera caminar con soltura o que siquiera insinuara un trote. Alzó la cabeza y vio que en la copa de los árboles había una gran cantidad de bultos que se estremecían con el movimiento del cielo. Aves, pensó. Esta fugaz ocurrencia era nueva, no se había dado cuenta jamás de que las formas que lo rodeaban se relacionaran a una evocación concreta. Siguió avanzando, el paisaje se componía de un camino barroso, donde crecían sin armonía las hierbas salvajes; de pronto, sus plantas se hundieron en la suavidad del pelaje de un conejo al que cubría una capa de rocío. Yacía sin vida, sus cuencas estaban vacías. Trató, con su pie derecho, que manejaba con torpeza, de hacerlo a un lado, pero solo logró voltear el tronco y notó con sorpresa que el tórax estaba hueco y que el cuerpo no podía, de ninguna forma, sentir como él siente el aire. Otra ocurrencia amenazaba con posarse en él, el cuerpo o la muerte o las horas o el fin, pero entonces despertó.
Lo despertó la luz en sus párpados; sintió, diríamos, alegría de que aquella ocurrencia no llegara a posarse sobre él.
Lo despertó la luz en sus párpados; sintió, diríamos, alegría de que aquella ocurrencia no llegara a posarse sobre él.
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