Pequeña taxonomía. El unicornio II (la doncella)


El hombre impío acaba donde empieza el unicornio. Donde termina el cuerno del unicornio está la doncella. Esto último le dice o casi le grita la dama que sostiene al unicornio. Él piensa que ella ya no es doncella pero prefiere callarse, por prudencia.

El unicornio no quiere ser fotografiado, se mueve. Ya el flash ha alterado sus pupilas, las ha dilatado tanto que parece que padeciera de cataratas. La belleza del unicornio no se compara con la fragilidad de mi alma, dice la doncella que sostiene el unicornio. Ni con la resistencia de tus muslos, dice el fotógrafo.

El hombre impío no puede tocar al unicornio porque lo mancharía con su pecado. Animal tan delicado, ni siquiera una dama como yo lo puede sostener con sus propias manos, sino debe tocarlo con este tul color del cielo. ¿Cómo es la piel del unicornio?, le dice el hombre impío a la dama. Ella responde: tiene la textura de la espuma, pero con la consistencia de una fruta. Vibra, respira, tiene la temperatura más alta. El unicornio se acomoda entre los brazos de la dama, como un crío.

Ahora la doncella solamente quisiera contemplar al unicornio. Lo ha encerrado en su jardín, ha crecido. El unicornio puede dar vueltas; una vuelta, un año. El tiempo para el unicornio no ocurre como en el corazón del hombre. Ha dado doce vueltas, doce años. Él quiere que lo suelte ya para no ver morir al unicornio allí; pero no sabe lo que sí la doncella: que los unicornios pueden vivir miles de años. Abre la reja que encierra al unicornio, ella grita, el unicornio ha saltado con furia y con su cónica espada le ha atravesado el costado al hombre. 

jueves, 16 de febrero de 2012

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