Sin querer había botado todas las almohadas esa noche. Cuando despertó se sintió cansado porque su cabeza había permanecido toda la noche en una postura difícil. Prendió la música porque cuatro movimientos endulzarían su ánimo y aplacarían su mala disposición. Despertarse era un martirio.
Mientras se duchaba recordó una broma de una amiga el día anterior sobre un tío operado de la próstata. Le contó que en una reunión su tío bailaba y ella observó: si se sigue moviendo se le pueden salir los puntos. Se rió un poco; algún día tal vez muera de ese mal. Luego le dio de comer a su mascota, mitad cabra mitad gato. Lo miró y se sintió algo feliz. Bajó a la sala. Sus padres estaban viendo el noticiero matutino. No los saludó, salió de su casa. Recordó que había olvidado apagar la música: ya había pasado media hora, estaría en el tercer movimiento. Sintió perdérselo.
En el camino iba pensando que si cambiara algunos trazos del plano del edificio que se le había encargado, ahorraría más material. Esa ocurrencia banal despareció cuando en el paradero divisó a una mujer guapa. La belleza se comparte, se dijo, porque había escuchado o leído algo así. Y sin embargo jamás se lo diría a alguien en persona. Después de todo, cuando uno llega a conocer verdaderamente a una mujer todo se desmorona. En los hombres detestaba la hombría excesiva, la ociosidad, la camaradería tribal, la estupidez confundida con bondad. En las mujeres también detestaba la extrema bondad que escondía una sorda capacidad para pensar y sentir; había conocido mujeres tan buenas hasta el vómito. Su mamá que es una de las personas más buenas que ha conocido, siempre le dice que en la mujer la bondad es suficiente. Tiene razón, se dice, animales domésticos, siempre acababan siendo sepultadas por los que les exige su especie, la maternidad. ¿Y los hombres? Los filósofos que no se dignan en discutir con sus mascotas, las mujeres. Y piensa en que están por llegar más atrocidades que Lucifer le susurra en el oído.
¿A quién estimas? Le grita la mirada de la mujer guapa que se posa sobre él. Todas las ocurrencias anteriores le borró el deseo y las ganas del cuerpo. Si la música ha aplacado ya los monstruos de las profundidades, qué queda, extranjero, ¿a quien amas? ¿a tu país? ¿a tus padres?
--A las nubes que pasan allá arriba.
Publicar un comentario