27 de agosto. Adiós a mi casa

Estoy trabajando en la biografía de Misterio, que temo solo tenga unas diez páginas con todas las correcciones y cortes, creo que nunca podré ser fiel a la plenitud de un caballo. Fracaso sobre todo cuando intento la primera persona para los grandes desplazamientos, los cuatro días de ausencia. Mis dos piernas no me dejan escribir. Un centauro podría realizar esta operación, de escribir de los lados, con enorme facilidad y acierto. La sobrenatural ira de Aquiles quizá se entienda por quien le enseñó a sentir el mundo, el centauro Quirón. ¿Quién no estaría más allá si siente con la fuerza de un animal y razona como hombre? Le preguntaba a Martín en una última carta cómo podría ser yo un ser pleno si mi especie había caído, tendría que buscar una forma de recobrar lo que perdí. Los animales nunca se despeñaron como nosotros, me respondió, porque nunca estuvieron allá arriba. Yo creo que hay otras razones por que los animales sean plenos, no como nosotros, pero las desarrollaré luego.

Martín ha regresado a Lima, yo decidí quedarme por un tiempo. Como mi abuela todavía no regresa a casa, pensé que no le molestaría que me adueñara de todo hasta su regreso, incluso del paisaje desde su ventana. No soy un huésped educado. Me gusta mover todo, revisar los cajones de los almacenes por si encuentro lo inesperado. Así encontré la caperuza azul en una cómoda llena de periódicos viejos. Lo inesperado también pueden ser los ojos acerados de un ratón en la esquina de un repostero o una foto en sepia de la juventud de mi madre. Me reconozco siempre en lo inesperado. Sus ojos, mis ojos y sus miedos los míos, como el ratón de mirada acerada.

Martín me envía cartas casi todas las semanas. No tengo internet ni señal móvil en este pueblo, tengo que ir a leer mi correo a otro distrito que está a cinco minutos en micro. Martín supo responder a mis cuestiones sobre la dificultad de autobiografía de Misterio aunque no me convenció. Me informó también que nuestra casa peligra de ser destruida. Construirán una vía por toda nuestra cuadra; nuestra calle no existirá más. Mis padres están contentos con la decisión porque pensaban mudarse; Martín quería vivir todo el tiempo con ellos en esa casa, se siente descorazonado. Mi reacción natural solo sería entristecer como Martín, ya que sus vivencias en esa casa también fueron las mías. Aunque creía que tan solo podría entristecer, luego también me puse a pensar de que sería una gran razón para no regresar. Quizá siempre pensaba que debía regresar porque existía un espacio donde estaba mi yo original y no contaminado, el lugar donde aprendí a caminar, a reír, a leer, a amar y a odiar. Todo lo esencial lo aprendimos Martín y yo allí. Si no está la casa allí, no habría razón de regresar, me dije.

He tomado la decisión entonces de quedarme acá, mi nueva casa, hasta que regrese la abuela y logre descifrar a dónde irme. No tengo dinero para pasar en una ciudad grande, no me importa; partiré con la alegría de que este lugar me dio lo que necesitaba, la vida en la ciudad está plagada de mentiras y falsas necesidades. Quizá halle en el camino un punto intermedio. Pero todavía no partiré, solo está la certeza de que no regresaré a Lima por un buen tiempo.

Esta foto la tomé a Martín hace poco, cuando principiaba el invierno acá. Se ve la casa de la abuelita detrás del bosque de molles. Parece un cuadro de Malevich.



sábado, 20 de agosto de 2011

2 responses to 27 de agosto. Adiós a mi casa

  1. Ramón Paz says:

    Trickster:

    Exijo una explicación lógica del tiempo. ¿Es acaso que escribes desde un futuro, ahora, y viajas al pasado para poder publicar tus entradas? Pero, si fuese así, ¿qué sentido tendría el viaje temporal? ¿Tan importante es la comunicación con lectores atrapados en puntos que ya pasaste? La otra opción es que escribas desde el pasado y viajes periódicamente hacia el futuro para poder publicar lo que escribes (exactamente como haces cuando abandonas la casa de la abuela para poder comunicarte virtualmente). Quizá el tiempo de tu desplazamiento en el campo (supongo que estás en un campo lleno de caballos) te hace cruzar temporalmente por algún lugar, y entre pasado y futuro, te conectas exactamente con el presente en el que escribo. Finalmente, existe la opción de que todo sea un juego y de que estés insertando fechas al azar para que algún lector ingenuo empiece a confabular historias espacio-temporales.
    En lo personal, me inclino por la segunda opción.

  2. Trickster says:

    Ramón Paz:

    Es exactamente lo segundo. No importa la nomenclatura de los días, tanto usted como yo estamos gozando del mismo tiempo, no hay afanes de ir y volver, solo de permanecer en los días que queramos. No quisiera hacer perder el tiempo a los lectores con especulaciones sobre los días, ya que me imagino, también debe estar usted muy ocupado tratando de comprender la compleja intimidad de los elefantes.

    Un abrazo.

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