02 de septiembre. Héctor y los mustang.

He recibido una carta y dos postales. La carta es de mi abuelita que todavía está en Ica arreglando la venta de esta casa y deshaciéndose del ganado que no puede cuidar. Cuando regrese por sus cosas, sabré que será el momento de irme definitivamente. Me ha pedido que arregle la poca ropa que dejó y que limpie de polvo la cocina, la sala y el almacén. Dice también que siente que nunca pensó en morir en la ciudad, pero que mis tíos no le dejan otra alternativa. Quisiera decirle a mi abuela que me gustaría hacerme cargo de ella y vivir acá siempre, a su lado, pero sé que no podré cumplir esa promesa, que tarde o temprano, por más gustosa que me sienta acá, tendré que partir.

Alterno mis días con la limpieza y la biografía de Misterio, que como se sabe, me ha sido difícil de afrontar. Las postales que he recibido, me las ha reenviado Martín, ya que llegaron a mi antigua casa. Son dos postales de un amigo de infancia que se fue hace algún tiempo a Estados Unidos, Héctor. Héctor es el mayor de dos hermanos que fueron muy amigos de Martín. Nadie sabe dónde está Héctor salvo Martín y yo. Y es que en realidad Héctor no se llama Héctor, a estas alturas, ya he olvidado su nombre, pero no interesa. Sus padres creen que está desaparecido o muerto. Héctor fraguó una huida bastante exitosa, pero el ser un apoquiro (hermosa palabra inventada por un señor bastante creativo, Pynchon, que se refiere a la distancia máxima que recorre un yo-yo) le ha costado la salud a su madre. Es el precio que hay que pagar para ser, finalmente. Héctor un día, en vez de llenar su mochila con cuadernos cuando cursaba el quinto año de secundaria, se las ingenió para que alcance en una clásica Jansport color azul, muy escolar, dos jeans, tres polos, uno de color verde, otro negro y uno plomo, una Biblia en miniatura, un cepillo de dientes, un colgate, walkman con audífonos, un cassette con lo mejor de Genesis, dos bóxer de cuadraditos, muy de moda entonces. Sé de este inventario porque él mismo me mandó esta lista con la autorización escrita de la tenencia del resto de su codiciada colección cassettes si es que algo le pasaba. Sus padres incluso contrataron a dos detectives retirados de la policía, pero quien no quiere ser encontrado, jamás va a ser encontrado. Creo que estuvo trabajando en la frontera de Ecuador en un mercado de frutas, donde ahorró dinero para comprarse un pasaporte falso y pudo así viajar a México, siempre en bus. Como espalda mojada se fue a Estados Unidos, donde es conocido como guatemalteco y ahora está trabajando en Nevada, en un Mc. Donald's. Su contrato vence en enero del próximo año y ya está pensando en comprar dos rifles y pasar medio año siguiendo la ribera del río Colorado como entrenamiento, porque su próxima meta es ser un guardabosques. El proyecto de Héctor es ser el mejor apoquiro jamás existente, pero sabe que solo en Estados Unidos se podría ser un apoquiro con tranquilidad.

El gran Héctor, yo-yo humano, me contó en la postal que su padre lo llevaba siempre a las carreras de caballos y que mi búsqueda de una voz para Misterio le resultó familiar, porque él se siente de alguna forma y desde niño, un caballo. Me mandó la foto de un mustang. Un mustang, luego averigüé, es descendiente directo de los primeros equinos que sintió el suelo del Edén y que vive en la pradera en estado salvaje. Héctor me dice son "corredores por naturaleza y solo determinados por su instinto, que es la libertad". Ha visto correr a estos animales a gran velocidad cuando tomó una vez un Amtrak que lo llevó desde su ciudad hacia Carson City. Dice que sintió como un gran estremecimiento, para nada motorizado, no esos juguetes Ford Mustang, era fibra perfecta de un caballo; era sobrenatural. Y allí estaban, solo mediados por la ventana, unos veinte mustangs a los que llevaban otros jinetes, seguro hacia alguna reserva cercana. Termina Héctor: "uno de estos días tocaré un mustang".

Esta es la postal que me envió Héctor, la foto de un mustang, que bien podría ser del pincel de Franz Marc. Aún no leo la segunda postal.




lunes, 22 de agosto de 2011

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