Ya ha pasado cerca de una semana y no llamo a Deborah para que me cuente qué ha visto o soñado y por lo tanto sabe "de todos". No he regresado por eso a revisar mi correo para que me diga, estoy desocupada en la tarde o en la noche o en la madrugada, llámame que te contaré todo, ¿segura estás bien? He decidido cerrar mis oídos porque pensé que por más que Deborah siempre tuvo el privilegio de una visión ubicua, aunque intolerable para ella, seguramente, porque así son las regalos cuando no los pedimos, no podría saber más que yo; esta vez, me dije con orgullo, todo lo tengo yo, era solo cuestión de abrir los ojos, y ver bien la postal, el plus, el extra, la respuesta.
Así, me tomó algunas horas descifrar la postal de Héctor, otra persona más entrenada que yo lo habría hecho en menos tiempo. Me sirvió un diccionario enciclopédico del estante de libros de mi abuela que usualmente leía el abuelo; uno de estos días había pensado en regalárselo a los niños del frente, pero era de 1957, qué les podía servir. Lo conservé por si me interesaba ver las imágenes en papel couché que hizo atractivo el diccionario cuando lo compró mi abuelo. El origen del alfabeto cirílico es más antiguo que la nación rusa, dice la entrada "Alfabeto", se deriva del alfabeto griego. La clave de la segunda postal que envió Héctor presenta una resolución bastante simple y hasta de razonamiento infantil, por lo mecánico, se trataba solamente de reemplazar los dígitos del alfabeto cirílico por el alfabeto latino, o eso creí al comienzo. El resultado del cuadrado compuesto por 5-5, cinco filas y cinco columnas me dio, en los primeros dígitos: Bank of America NV. Qué inocente y qué práctico, Héctor. Tu banco y tu Estado. Así quise seguir avanzando pero lo que era ante mis ojos cirílico, dejó de serlo cuando el reemplazo no empezó a funcionar porque lo siguiente pertenecía a otro sistema alfabético. Para buena suerte mía o debe ser la eficacia de los que elaboran diccionarios, al lado del alfabeto cirílico había otros alfabetos más, que me recordaron, como ya lo estaba intuyendo, de que se trataba del alfabeto griego. Pensé en números pero igual me detuve. Me salía una distribución de letras sin sentido en castellano, como una palabra en alguna lengua eslava, sin vocales, me acordé de el apellido de algún jugador de fútbol de Yugoslavia cuya pronunciación ridiculizaba a los comentaristas deportivos. Como vi que el procedimiento había comenzado de manera muy sencilla, así debía terminar, nada de trabalenguas, me dije. Héctor debía comprender mi impaciencia, debió haber diseñado un artefacto tan sencillo como bajar la palanca del water, tantos años juntos como camaradas. Sabía que cuando hacía manualidades cortaba todo muy rápido porque quería ver el resultado, ya, ya, ya, el retazo cortado; las bolitas de papel crepé solo debían parecer mínimamente redondas para que estuvieran perfectas para mí; hice un peluche que no podía durar más que unas horas, toda la espuma salía por las gruesas costuras, porque quería ver el producto final el mismo día y ese monstruo era resultado de mi impaciencia que se mofaba de las puntadas finas, de la divina proporción que trataban de emular los moldes. Dejé abandonada la postal porque no quería buscar sentido a esas consonantes sin vocales, bárbaras, pero dos días después, cansada de hojear revistas de moda de la abuela para desintoxicar mi mente de los dígitos de esta postal, de la biografía de Misterio que no podía seguir elaborando, decidí regresar a la entrada "Alfabeto" del diccionario. Allí me detuve y con paciencia de filólogo leí la entrada que abarcaba tres páginas: tenían que seguir números si aparecía el nombre del banco primero, me dije. Supe entonces que los números en Occidente y en la China y en Irán son de importación árabe, los griegos, como grandes obsesivos por darle nombre a todo, tenían su propio sistema de numeración: los números en griego se dicen también como las letras del alfabeto. El resultado final me arrojaba: Bank of America NV 0098 8546 87. Era el número de una cuenta bancaria, de todas maneras.
Volteé la postal y la puse delante de mí. Es un paisaje lindo pero triste, por los rayos del sol, las piedras se ven como perlas, luminosas, pero no hay plantas ni animales, salvo pinos solitarios dispersos por las montañas rocosas, Nevada. El río Colorado. Los ríos en Estados Unidos tienen nombres bonitos, como los ríos andinos, Colorado, Misisipí, Bravo, Misuri. ¿Qué hago con un número de cuenta bancaria? El miércoles por la tarde fui a la tienda a comprar fósforos. La dueña me dijo que mi semblante había mejorado: --Qué bueno que su cara se haya mejorado bien rápido, señorita, su abuelita se iba a asustar si la veía así, de todo se impresiona. Sí, mi abuela, ya debería estar de vuelta, tanto se demora. Y siguió: --El señor Diego de la municipalidad me ha dicho que se habían olvidado una carta para usted me ha dejado encargado que le diga que vaya a recoger. Mi abuela o Héctor, pensé de inmediato.
La tercera postal de Héctor tiene la imagen de un mapache y es anterior a la postal del código pero no del mustang. La leyenda dice: Raccoon, original from North America. Ha llegado tarde porque no ha sido enviada a Martín primero sino directamente a mí, seguro Héctor supo después mi dirección y prefirió enviarla de frente. Tardó esta en llegar más que las otras que las envió a Lima. Recordé que nos gustaba mucho una canción que se llamaba Rocky Raccoon. El primo de Héctor que vivía con él nos contó que la canción trataba sobre un cowboy de Dakota, Rocky. Rocky Raccoon se enfrenta en un duelo y termina herido pero al final parece que es invencible y promete revivir, Rocky's revival, termina la canción. La postal solo dice así:
"Mune: chequea la postal siguiente, es importante. Te escribo apenas des señal al correo del mapache de que tienes bien el número."
Entonces ya había planeado desaparecer, incluso de Martín. ¿Por qué escribía casi en clave Héctor? Como a Héctor le gustaban los cowboys y Rocky Raccoon era un nombre no muy conocido de cowboy y en clave musical, se creó una cuenta con ese nombre que solo utilizaba con las personas que lo conocían como Manuel Cebrián, que prácticamente para la época en que se creó su correo electrónico, éramos Martín y yo (y Deborah, probablemente), salvo que alguien más supiera de que todavía alguien lo llamaba por ese nombre y no nos lo haya contado.
A estas alturas de la semana, he dejado de lado la biografía de Misterio, que me justificará, estoy segura, la expectativa sobre el regreso mi abuela, la conversación pendiente con Deborah. Las intenciones de Héctor ocupan el centro de ese cuadro que componen sus extrañas postales.
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