Alonso los vio a los dos sentados en una banca de un parque. No podría escuchar de qué conversaban; los vio muy animados, uno gesticulaba mucho y se apoderaba de la charla, el otro sonreía en señal de aprobación aunque si uno lo miraba bien, no descartaría la hipocresía; lo miraba pero no prestaba atención. Se iba a acercar, estaría ya cerca, no tan visible porque los árboles lo cubrían, pero cayó el entusiasmo inicial de verlos y tomar licor, cuando los observó ensimismados en cada uno; conversaban pero existía el constante afán de complacerse a sí mismos, líneas correctas, de cerca uno no percata de detalles que organizan el paisaje. Esperó detrás de un árbol enorme; se le ocurrían dos posibilidades: conversar solo un rato en la banca y regresar a casa, otra posibilidad era no ir. Vivía con su madre solamente y por ratos ensombrecía sus mejores momentos el recuerdo de ella, no se podría decir qué evento en especial; también le preocupaba el que su madre no tuviera amigos mientras que él vagabundeaba la mayor parte del tiempo con gente, ni siquiera era un alumno regular. Colmaba su vida el hecho de que era devoto y a la vez ente de devoción de sus amigos. Por esas razones, no le dolió dejar de ver ese día a sus némesis; se dio media vuelta y regresó a su casa caminando, pensó que era lo más honesto que había realizado en mucho tiempo. Hay dos en mí, dijo, ojalá tuviera estos raptos más a menudo.
Si se hubiera acercado más, se habría decepcionado otra vez, habría escuchado que sus dos camaradas, escritores los dos, conversaban sobre otros escritores, pero masticaban odio en la conversación. No es que fuera novedad para él que sus amigos hablen de literatura y en términos infernales, pero se frenaban cuando llegaba él, porque siempre habían creído que él no tenía la autoridad ni el privilegio que ellos, hijos de las Musas, reclamaban. Ambos amigos odiaban a escritores distintos: el que gesticula, Juan, odiaba a los escritores que escribían sobre otros escritores que soñaban con libros o que se creían detectives, a pesar de que en su última novela, él había escrito sobre un escritor asesino. El odio de Juan era sincero pero desmedido, como todo lo que hacía: su honestidad, pensaba Alonso en el camino de regreso, apabulla y puede resultar también, cómo no, a veces como una maldad infantil. A pesar de ello, admiraba a Juan. El otro, Charlie, no llegaba al odio o no lo decía de manera explícita por qué, no se sabe; personas distraídas dirían que era carisma, otras malpensadas, hipocresía, Charlie era virtuoso en la descripción de diversas situaciones con una combinación de cultura pop; había incluso una fórmula que había acuñado y que podría alterar según el destinatario: una canción de los Beatles (o sus herederos) + una línea de una película de Godard + un verso de un poeta maldito (puede ser beatnik o los malditos finiseculares de verdad, según cuanto haya podido comprender eso sí). Esta combinación a la que apelaba siempre Charlie, a Juan le resultaba vomitiva y cuántas veces no había advertido a Charlie que ese procedimiento no solo era artificial sino ineficaz, la mugre no se puede decir como un "como", el símil no funciona con la mugre real. Y su honestidad se insuflaba, rebalsaba su razón, jamás un poema beatnik describía el estado febril de su alma y de sus genitales, son mariconadas, decía Juan. Mientras tanto, Charlie pensaba que en estos momentos, en que estaba aburrido por los mismos argumentos sobre el artista y la calle y el conocer el mundo de verdad y las gesticulaciones sabiondas de Juan, la prédica de su amigo Juan, suspira: si pudiera describir su estado de ánimo, mejor lo describirían otros, "What else could I be, all apologies" (Nirvana, 1993), más "Tienes miedo de envejecer, yo sí" (Godard, 1960) y más "Ahora mi mente está clara/como un cielo nublado" (Ginsberg, s/f). Todo eso sentía a la vez.
En un momento, cuando ya habían pasado cerca de una hora en que Alonso debía venir, se dieron cuenta de que toda espera ya era obsoleta. Habían estado hablando casi una hora y como siempre, no llegaron a acuerdo alguno sobre la escritura, los premios, las mujeres, sobre nada, en especial porque cuando llegaron al tema de las mujeres, se habían aventurado de manera distinta. Charlie preferiría las heroínas que como ángeles estuvieran pisando huevos por las calles ya limpias de Lima y que fueran silenciosas o que hicieran preguntas fáciles de responder, pero eso sí podían ser a veces mordaces; divinas criaturas que nunca vomitan, ni escupen ni cagan. Las mujeres de Juan, casi nunca hablaban o eran sufrientes, su destino siempre era la muerte, hacia allí caminaban lentamente, como hacia la cama del protagonista. Su pobre destino era compensado con un exceso en sus cuerpos que parecían sacados de revistas para hombres. Es comprensible, piensa Alonso, mientras cruza en luz roja una avenida enmarañada de ambulantes, no conocía a los modelos de mujeres de sus amigos pero aun así los justificaba y comprendía. No existían tales modelos absolutos como la idea del bien o la idea de Dios, sus referentes eran sueños o también otras mujeres que cruzaban las aceras al lado de ellos o que habían visto en los diarios o con las que habían hablado, potenciales amantes que ellos alucinaban a cada rato; una de ellas en su juventudes pudo haber sido una nínfula noble pero ahora se había abandonado a los temas domésticos del capitalismo avanzado, otra pudo haber sido una que haya entregado devoción total de su cuerpo pero el cuerpo se agota, sobre todo en las noches oscuras; otra podría ser una prostituta; otra, solo una joven de otra facultad que siempre se dejaría avistar pero nunca tocar, que nunca hablaría y que reuniría en su silencio todas las expectativas eróticas del mundo; también alguna chica inspiradora pudo haber sido un amor del colegio que habrían besado por primera vez en la oscuridad, por la impunidad de la ausencia de los padres; otras pudieron haber sido actrices de cine y de la televisión local, otra también puede haber tenido un discurso ridículo sobre el esoterismo, los sueños y el cambio de siglo y etcétera. Los iluminaba la certeza de que todas ellas habían sido deformadas desde su nacimiento por los hombres y que ahora les tocaba a ellos hacerlo. Eso concluyeron ambos casi felices para exhumar la culpa teniendo como Dios Padre de testigo. Se pararon y se enfilaron hacia el Superba, el bar más cercano.
Alonso ya ha llegado a casa, ha saludado a su madre. En un rapto de inspiración, agarró una hoja de papel y escribió una línea, su primer cuento:
El problema, es que no puede precisar cuál de los dos sujetos llamados Alonso es el responsable.
6 responses to Tunic (song for Alonso)
Venganza
así es loco.
Si, yo los manyo!!
Este pata es más bravo. Mira, ya está al otro lado..
al otro lado...ah!!
Todos los manyan!
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