He escuchado una historia como un ruido, nuevamente del Nazareno. Dicen que en la tierra de los gadarenos, él fue con el grupo de seguidores y se detuvo frente a un endemoniado al que los asustados habían atado con cadenas. Pronunció en voz alta como una sentencia grave, que asustó a los curiosos de alrededor; otros dicen que se trataría de una lengua distinta, por eso no recordarían. Hasta ahora no lo he escuchado hablar, solo he visto su figura de lejos, rodeado de gente; sus gestos son adustos, como golpes o sentencias.
Todos vieron cómo salieron los demonios, fue Legión; luego poseyeron a unos cerdos. Los cerdos enloquecieron cuando sintieron los demonios, se despeñaron en un abismo. Eso me contaron. Ayer vino una prima de él y me pidió que vaya a su lado y me arrepienta, que lave sus pies. Antes, ella ha venido cuantiosas veces para que vea su futuro, ahora reniega de saber que fue ayudada por Satanás, así llaman ellos al futuro. Teme que si el Nazareno algún día se me acerca podrían salir demonios de mi cuerpo, o que revele lo que ellos temen saber. El futuro más inminente lo tengo ahora ante mis ojos, no hay conjuros ni palabras, simplemente sucede: en vez de revelarse el panorama cotidiano frente a nuestra vista, sucede el porvenir. No me sorprende por eso que ellos se asusten por los demonios, que para ellos son fuerzas externas que se toman el cuerpo. Varias veces me han preguntado qué sucede conmigo, por qué puedo ver el futuro, con qué demonio he hecho el pacto. Yo les aseguro que nunca he necesitado hablar con ningún demonio, ninguna fuerza ajena entra en mí, yo misma soy esa fuerza. Ahora podría cerrar los ojos y ver la muerte del Nazareno, porque ocurrirá, es un ser de carne y hueso; podría también sentir quienes ocuparán este espacio donde estoy sentada y ciega dentro de varias generaciones, podría ver cómo otros anteriores a mí me han visto sentada en este preciso momento, podría ver a los hermosos jinetes del Apocalipsis.
Es comprensible que el dios de los judíos tengan celos de nosotros los demonios. Saúl, el primer rey, una vez le pidió a su dios que le dé consejos sobre cómo enfrentar a los Filisteos, y este no le contestó ni en sueños. Tampoco los profetas, esa casta exclusivamente masculina y falible, pudo comunicarse con su dios. Abatido por la incertidumbre, tuvo que recurrir a un demonio de Endor, una bruja, que vio a Samuel, un profeta muerto, y del que por fin pudo obtener consejo en la batalla y la respuesta de dios: Jehová ahora ya no lo miraba como antes, ahora prefería al joven David, jefe de la casa del Nazareno. Saúl cayó en desgracia; él seguramente habría entendido que la historias de endemoniados, de esas fuerzas que según el Nazareno incluso podrían entrar en las inmundas entrañas de los cerdos, poco a nada tienen que ver con nosotros, los que de verdad vemos.
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