Si Job mirara a un gato

La garra de un gato que fuerza la puerta causa mi envidia. Las uñas se descubren ante el peligro como resortes y pueden, de inmediato, esconderse debajo de la pelusa; matar y acariciar. Y no se sabe si quien juega con el gato eres tú o el gato juega contigo. Pugna con el marco de madera hasta que apenas logra una apertura y desliza su serpentino cuerpo hacia mí. Sube a la silla, quiere acicalarse pero su mirada se detiene en un bulto que yace en el rincón. Cae como si aterrizara en algodón. No tiene idea de cuánto podría dar (aunque no tengo nada) por esgrimir sus garras.

Hace ya tiempo que la lepra avanza y yo observo siempre en las mañanas, bajo luz del sol, cómo los pequeños trozos de piel se convierten sin remedio en capas de polvo. También he observado cómo se alimenta el gato ante la imposibilidad de que yo pueda ver por él. He visto cómo quiebra el aliento de las palomas, que en otro tiempo sellaron, luego del diluvio, el amor de Dios hacia los hombres. También me sé prole de Noé pero no hay alianzas; la alianza se difumina apenas el gato realiza el salto de bestia sobre un inocente alado.
Reconozco en mis deformes manos el tiempo; como un tronco de árbol es mi cuerpo, como dos muñones cortados con furia son mis manos. Quisiera tener las garras de un gato.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.