Carta a Byron. Los falsos negros.


Hola Byron:

Nueva York no es cómo tu me has contado. Todo ha caído. Llegué el martes en la noche y me hospedé en un hotel barato de Greenwich village, la entrada olía a hierba, mi cuarto olía a hierba y encima el televisor solo soportaba canales porno. No tenía ganas de dormir así que me puse a ver el mapa de la ciudad por si podría salir a hacer algo al día siguiente. Solo he empacado un par de polos, jeans y lo necesario para soportar NYC las siguientes dos semanas que me han dicho son las más frías. Me quedé dormido y pensaba en qué haría después. Hice una lista con todo lo que me habían recomendado, conversar con algunos contactos de los polleros por si me pueden dar un carnet robado, necesito trabajar. Ayer traté de hablar con un tal Orlando, no sabe hablar ni inglés ni español, es hondureño pero su español es una mierda, ya ni sé si se trata de un hispano o un indonesio que se hace pasar por hispano. Me ha prometido conseguirme algo donde unas tiendas de chino. Traigo conmigo solamente doscientos dólares y si no consigo trabajo, se irá en tres días de hotel barato, mi comida y un ticket de tren, ida y vuelta, a Hartford. 

Traté de aprovechar lo más que pudiera de esta estadía. Fui a Virgin a husmear solamente y no existe, ha desaparecido. Tú me dijiste que tenía tres pisos, hasta ascensor, ahora no hay nada, absolutamente nada, está vacío ni siquiera lo han alquilado al pobre local de Virgin, tú que te habías comprado tantos discos; la generosidad de tu padre y tu insanía por la música que nadie más escucha. Toda la gente acá se queja de la crisis, que no hay trabajo, no hay nada, pero se lo merecen los gringos por imbéciles. Las protestas me hacen pensar que le gente solo se preocupa si sus bolsillos se han visto jodidos...los gringos.
De allí me la paso merodeando por algunos lugares donde hay poca gente y a veces trato de hacer dibujos rápidos, espontáneos del movimiento, de algunas mujeres, sobre todo. Ayer fui a pasar la tarde a un cine, estaba una mujer dorada, vestida de azul, que amé en ese preciso instante y quise dibujar. Estaba parada buscando o esperando a alguien no sé pero fracasé en todo intento. Conservo los borradores y los trazos por si algún día continúo ese momento. Creo que si la describo ahorita lo arruinaría. Tú tampoco sabes describir a las mujeres.

Sobre tu carta. Te respondo sobre dos coordenadas: mis noches heladas y aburridas de NYC y una canción de Caetano Veloso que canta en un inglés forzado como el mío ahora, asqueroso, insoportable pero  genial. Tengo que reconocer que en algunos momentos he sido un imbécil nihilista, jamás un farsante y creo que lo reconoces bien. Me cuesta ser original, no seguir patrones ni amoldarme a gustos ajenos, todo eso cuesta, demonios, cuesta y entonces uno hace su camino de piedras, pero llegaste a la mitad del camino y eres tú finalmente, no un kitch de fulano y zutano. Todo parece estar ya descifrado pero no, recién descubro que no, entonces me revelé a mí mismo como un verdadero negro y siento el sonido del mundo en mi estómago como dice la bendita canción de Caetano, porque en el estómago se acumulan los nervios y las tripas se entumecen cuando sentimos tan profundamente, entonces no es el corazón sino el estómago, nos han mentido. Al saber que algún día moriré, entonces me siento vivo, tam tam tam, y eso creo que no lo sienten tampoco los animales, debemos verlo por ese lado, el vaso medio vacío. Es en estos momentos en que quisiera expresarme con todas las lisuras del mundo, de todos los idiomas, quisiera conocer el idioma de mis órganos, de mis tripas, ni siquiera el más políglota erudito, podría conocer así de fácil el idioma de sus heces, quisiera saber cómo se comunican entre ellas mis tripas, mis tripas, mis tripas.

Quizá trazando las formas de NYC, halle las formas de mi cuerpo.

Te escribo muy pronto, a mi llegada de Hartford.

Shelley

martes, 27 de diciembre de 2011

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