Si Job mirara a un gato

La garra de un gato que fuerza la puerta causa mi envidia. Las uñas se descubren ante el peligro como resortes y pueden, de inmediato, esconderse debajo de la pelusa; matar y acariciar. Y no se sabe si quien juega con el gato eres tú o el gato juega contigo. Pugna con el marco de madera hasta que apenas logra una apertura y desliza su serpentino cuerpo hacia mí. Sube a la silla, quiere acicalarse pero su mirada se detiene en un bulto que yace en el rincón. Cae como si aterrizara en algodón. No tiene idea de cuánto podría dar (aunque no tengo nada) por esgrimir sus garras.

Hace ya tiempo que la lepra avanza y yo observo siempre en las mañanas, bajo luz del sol, cómo los pequeños trozos de piel se convierten sin remedio en capas de polvo. También he observado cómo se alimenta el gato ante la imposibilidad de que yo pueda ver por él. He visto cómo quiebra el aliento de las palomas, que en otro tiempo sellaron, luego del diluvio, el amor de Dios hacia los hombres. También me sé prole de Noé pero no hay alianzas; la alianza se difumina apenas el gato realiza el salto de bestia sobre un inocente alado.
Reconozco en mis deformes manos el tiempo; como un tronco de árbol es mi cuerpo, como dos muñones cortados con furia son mis manos. Quisiera tener las garras de un gato.

miércoles, 26 de octubre de 2011 Leave a comment

La oruga [el limbo]


Hay un momento en el que un fluido ordena que deje de roer con voracidad las hojas en las que se envuelve usualmente en las noches. A pesar de ello sigue royendo los nervios verdes; le produce placer deglutir las fibras. Nunca vio a las aves que en el celeste pacen en círculos, solo por placer; tampoco pudo ver que en las noches, mientras estaba despierta ocupándose del crecimiento voraz de su cuerpo, algunos animales se revuelcan en la tierra, solo por placer. No podría saberlo, porque su vista es mediocre y sus antenas están concentradas en el alimento y porque está ensimismada en la velocidad con que las membranas de su cuerpo se retuercen y anuncian un estado nuevo a cada movimiento de la tierra. Este ensimismamiento se ve desplazado por el aviso superior, como una onda que se va expandiendo sobre sí, de que es momento del cambio de rutina; ya no requiere estar en la intemperie y el peligro de las noches, deglutiendo y destruyendo las membranas vegetales de un árbol caritativo, con quien se ha encariñado porque conoce casi de memoria sus surcos y hoyos, sino que ahora debe suspenderse en una de esas membranas. Así en algún momento específico, se desplazará con solemnidad, ayudada por sus brújulas largas que palpan el aire, cuando no haya luz, y primero probará las distintas hojas que puedan soportar su peso, se aferrará hacia una pared y creará con su propia saliva una cobertura que la proteja en ese sueño para el que se ha preparado todo este tiempo a cuestas de su huésped. Bajo su piel, se esconden tímidas sus dos alas que esperan latentes, el paso del tiempo.
La preparación del capullo lo realiza de manera automática, como si lo hubiese hecho antes, aunque no es consciente de que lo realizará solo una vez. Cuando ya está encerrada y cubierta por la oscuridad, dependerá de la suerte y del buen viento. Un viento agresivo podría desbaratar la caverna rugosa que ha construido sobre sí y condenarla a la extinción inmediata; esa onda o fuerza, el motor de todos sus movimientos, la ha preparado para fijar bien su residencia temporal, que a la larga, le empieza a agradar. No sabe lo que sigue, solo que onda que la comanda le previene que realice ciertas acciones. En ese tiempo de soledad y oscuridad que debe pasar, siente movimientos dentro de su cuerpo, lentos pero efectivos, transformadores, a los que acompaña un bienestar inigualable. Afuera de esa caverna, todo aparecía ante ella como indiscernible o monstruoso; en la oscuridad, en cambio, gobierna una oscuridad uniforme.
En algún momento, la onda le ordenará romper la caverna, hacer un hoyo pequeño y abrirse hacia la luz. Ya hace algún tiempo que viene sintiendo ese deseo de la onda sobre su cuerpo; pero está resistiendo porque le agrada la infinitud de la oscuridad, aunque presiente un devenir de mayores placeres afuera. Ya se acaban las fuerzas de su antiguo cuerpo y el nuevo requiere mayor alimento, pero eso sería seguir solamente a la onda, obedecer y vivir para ella. No quiere desplazarse sino permanecer. La razón le dará el tiempo, que es mejor permanecer dentro de esa caverna impenetrable que vivir fuera bajo las órdenes de la onda que se cierne sobre ella. No le da un nombre sino solo la siente. Decide permanecer y el fin no llega porque no es real sino hipotético.

Suspendida e inerte arriba, sujeta a las fibras verdes y robustas de un árbol joven, en su propio limbo nadie se compadecería de ella; rota la caverna y luego de haberse agotado, tras libar miles de flores, nadie, sin embargo, libaría su cuerpo muerto en el fin, ni tampoco ella terminaría en la tierra prometida. 

domingo, 23 de octubre de 2011 Leave a comment

Relámpago

El reloj estaba programado para sonar a las cinco de la mañana. Estaba determinada a seguir con un esfuerzo sobrehumano una rutina que le permitiera recuperar un ritmo anterior en el seguimiento de sus obligaciones; esa rutina que había olvidado los tres últimos meses en los que pasó en la cama. En sus días de exilio voluntario en su habitación del segundo piso, a veces su sobrino subía para compartir alguna tarea del colegio u otras veces también quería compartir el lonche con ella. A eso de las seis y media de la tarde, él podría subir con una bandejita llena galletas soda y el pote de azúcar; ella bajaría para traer el agua hirviendo ya dispuesta en tazas. Colocarían entre ambos todos los insumos en su escritorio y se sentarían a compartir el lonche. Las galletas estarían acompañadas de mantequilla o de mermelada, en algunas ocasiones cuando su hermana habría salido y nadie podría salir a comprar, estarían insípidas pero igual las podrían remojar en té y sabrían siquiera bien. Con prudencia, ella trataba de que las conversaciones no duraran tanto, y que el sobrino no viera que se pasa realmente bien sin hacer nada y de que, de seguro, se puede continuar así sin ningún plan trazado hasta el fin de los días.

El niño le había preguntado varias veces de qué estaba enferma, a ella y a su madre, pero ambas habían absuelto las preguntas con inteligencia: estaba enferma y necesitaba pensar y estar echada. A pesar de ello, el niño de vez en cuando preguntaba lo mismo, porque no se convencía de que una persona se dispusiera a pensar solamente en la cama. Las dos habían acordado desde su juventud que nunca mentirían a sus hijos sobre cuestiones importantes, porque lamentarían en su futura vejez ser cuidadas por un adulto con poco seso. Por ello cuando él preguntaba qué tenía ella que estaba supuestamente mal pero tenía buena cara; ambas decían que ella necesitaba estar recostaba para pensar. Y era cierto, no mentían, y cumplían con decirle al pequeño lo que en realidad estaba ocurriendo y por simple que resultara la respuesta, ese color que les gusta a los niños; este no admitía la posibilidad de que uno tuviera que echarse para pensar; soñar sí, pero pensar no.

Los síntomas de ese estancamiento emocional habían comenzado de manera paulatina y se asomaban primero en algunas mañanas, luego ya perdieron algún sistema y se manifestaron según su libre albedrío. Fueron incrementándose hasta ocupar varios minutos en su mente, pero no más de dos minutos. Una mañana al despertar, no hace mucho, unos cinco meses atrás, parecía un día similar a todos. El despertador entonces sonaba a las siete de la mañana. Se despertó y lo primero que hizo fue sentarse en la orilla de la cama; quiso desperezarse para mejorar su ánimo, luego apoyó sus pies sobre el suelo y sostuvo su mirada hacia el frente, hacia la ventana que observaba la calle. Apenas se insinuaba la luz del amanecer. Bajó la cabeza para calzarse y no vio sus pies sino en el momento en que su cabeza se agachó para coger sus zapatos, cubrió sus ojos la visión de la tierra removida y pasto mojado y a la vez unas pezuñas, unos cascos, de ninguna manera sus pies. Esto duró lo que un relámpago; así que pensó que todavía seguía soñando y no se desperezó bien.
--Pero estaba ya la luz del día, estaba despierta, se contradijo a sí misma como advirtiendo su lucidez.
Fue a ducharse y olvidó el relámpago.

Luego de cuatro días, lo sabe porque lleva un diario, ocurrió que estaba bajando las escaleras para tomar el desayuno. Iba a dejar atrás el último escalón cuando divisó inconscientemente el jarrón de la mesa con flores moradas frescas, de esas muy baratas pero tiernas y de olor penetrante. El olor inundaba la casa y a ella le agradó. De inmediato aterrizó una imagen, un relámpago o lo que supuso ella después de sufrir la misma experiencia, un recuerdo. Creyó una sensación de estar echada sobre el campo, sobre esas flores moradas y sentía el olor ácido del polen y podría incluso saber la densidad de su polvillo. Esta vez el relámpago duró más, pudo ver su propio cuerpo, o parte de él, unas extremidades largas recogidas, peludas, de un vello que apenas excedía la longitud de una espina, que brillaba al sol, y cuyo color no pudo reconocer por más que se esforzó; todo alrededor era del color de las fotos antiguas, entre marrón y dorado sucio, como si hubiese estado con lentes de sol. Así se vio a lo que ella supo en ese momento, era su cuerpo. Se recuperó de ese recuerdo pero desde este segundo relámpago su vida cambiaría. Los días siguientes trataría de fijarse de manera obsesiva en todas las imágenes que aparecían ante sus ojos, que usualmente aparecían (o fulguraban) al contacto con ciertos objetos, pero no situaciones, como sucedía con sus recuerdos de infancia. Una vez, al tomar emoliente, nuevamente apareció un relámpago en que veía solamente la oscuridad pero sentía el olor seco de la cebada y su textura debajo de sus extremidades recogidas. Otra visión surgió cuando escuchó un silbido de unos muchachos en la calle, el relámpago le dio una figura humana larga que se acercaba hacia sus ojos.
Las visiones siempre fueron relámpagos que con el paso de los días no se manifestaban solamente al amanecer sino también cuando ella se iba al trabajo e incluso en los momentos en que estaba más concentrada cosiendo o tratando de cruzar las aceras y pistas. Para tranquilizarse a sí misma y a su hermana, que ya había notado cambios en ella, como el que no quisiera ver televisión o leer los diarios, quiso explicar lo que podría estar ocurriéndole; planteó la posibilidad de que lo que ella creía eran visiones, solo se trataban de algún mal que a su edad no podía evitar, como algún tipo de demencia. También eso le insinuó el médico, tras largos días de incertidumbre a la espera de los resultados de los exámenes físicos: tórax, cerebro, corazón, que afirmaron que estaba completamente saludable. El médico le dijo que podría manifestar algún tipo de deterioro mental y les preguntó si había antecedentes. Ninguno que las hermanas recordaran.
Llegaron sus vacaciones anuales con múltiples visiones más, que no tenían hora ni fecha ni estado de ánimo, simplemente eran causados por ciertos impulsos de alrededor, no causados por conceptos o ideas, como son los recuerdos convencionales como uno elabora los recuerdos de infancia o adolescencia; incluso así se inventan recuerdos. En sus vacaciones decidió no salir de la casa sino enfrascarse en la captura de esas visiones, arropada o no en la cama, y terminó por registrar en su cuaderno, echada, todos los relámpagos que le ocurrían, porque si se paraba corría el peligro de que la visión entorpeciera su vida e incluso la pusiera en peligro. Con el paso de las horas llegó a aburrirse y angustiarse porque la meticulosidad del apunte de las visiones no ayuda en su desaparición y pensaba en que tendría que llegar el momento en que como antes, dejara que las horas avancen y se concentren solo en ella. Sus anotaciones daban como saldo una serie de personas oscuras cuyos rostros no conserva bien como para dibujarlos, espacios muy oscuros, impenetrables por la mirada, hierba seca, fresca, tierra como brea, mojada, removida, el olor el rocío de la mañana, el sabor de la cebada seca, también otro caballos, aves que aletean sobre los árboles y perros que ladran. Por sus extremidades extremadamente largas y esa respiración que conserva en la memoria cuando el relámpago aparece, cree que puede verse a sí misma encerrada en el cuerpo de un caballo.

Terminado el primer mes y el paso de las vacaciones, había logrado llenar treinta páginas de su cuaderno con imágenes que cobraban algún sentido rutinario y no extraordinario; las visiones se repetían, daban vueltas en espacios parecidos aunque no eran idénticas: el campo, un riachuelo, pelambre ajena y propia, descolorido del paisaje, una amplia bóveda que debe ser la celeste pero es dorada en las visiones, todo aquello que ella reconoce como una vida campestre pero ajena a lo que ella ha conocido o imaginado como vida campestre: es más bien el latir de su cuerpo con la fusión de ese paisaje, y solo puede ver finalmente sus extremidades majestuosas y a otros caballos que a veces pacen, abrevan, comen y duermen a su lado. Solo eso es extraordinario, la presencia de los otros semejantes a ella.

Pasado el segundo y llegado el tercer mes, no descarta que logre por fin darle sentido a las visiones (otros días las llama predicciones); lamenta que estén solamente ceñidas a los sentidos y que no culminen en una conclusión determinante o una revelación. Este fracaso de ella luego de todo este tiempo de inacción además se ve acentuado por el deterioro real de su cuerpo, que ya está acostumbrándose a la postura inerte, bajo cubiertas como el anciano que aún no es. Decide abandonar la recuperación de las visiones y un día, se levanta y da por terminado el intento de entender los relámpagos aún si sabe, podrían perjudicar el giro cotidiano de su propio universo.

El despertador suena todos los días a las cinco de la mañana y debe, de manera rutinaria, salvar todo el tiempo que ha perdido tratando de descifrar las visiones, que persisten pero a las que se está acostumbrando, como uno puede acostumbrarse a la sombra mínima del parpadeo, aunque todavía no descarta la demencia. Cuando bajó a tomar desayuno, su hermana le preguntó hace cuánto fue la última vez que compraron galletas de soda. Ella no lo recordó bien. Hizo un esfuerzo pero no recordó el momento exacto; quiso inventar un recuerdo sobre la base del cálculo; lo descartó porque estaba apurada. Salió de casa. En el trayecto a su trabajo que era muy largo, y mientras observaba por las ventanas del bus el desfile de postes y casas coloridas, llegó a preguntarse dónde irían los recuerdos que ya no atesoraba sino que estorbaban en su rutina. Podría algún día narrar qué hizo tal o tal día pero hay pedazos que se van y los que uno tiene que reemplazar con recuerdos inventados. Del lonche de ayer con el sobrino, por ejemplo, no recuerda si es que él agarró la taza con la mano izquierda o derecha, tampoco podría decir cuántas galletas comió él exactamente o si alzó la vista para ver el reloj de la cocina. No podría decir con certeza, porque no recuerda, si es que lo miró a los ojos. Entonces esos recuerdos que eran míos pero que ya no están conmigo, se pregunta, ¿qué cuerpo humano o animal los albergarán, como relámpagos?

sábado, 22 de octubre de 2011 Leave a comment

El lado de Melanie. El loco

En todos sus cumpleaños, Melanie tuvo que soplar las velas de la torta. Se le ocurre un cumpleaños en particular. Presionada por la mirada de los que celebraban con ella, hizo el esfuerzo de asir en su mente aquello que más deseaba, con la certeza de que si soplaba al unísono todas las velas (que eran once), su deseo se volvería realidad. De muy niña había pedido juguetes o también había pedido un estado de ánimo en su familia. Ahora, un poco mayor, le resultaba difícil encontrar una imagen que satisficiera los bullentes deseos que se multiplicaban mientras más crecía, pero que en ese preciso instante, frente a la torta y el fuego de las velas en la oscuridad, carecían de forma. El día anterior, una tía le había adelantado un regalo, un mazo de cartas; regalo económico pero perfecto. A ella, que le gustaba sumar y restar, le había parecido un regalo perfecto. Incluso el mismo día de su cumpleaños, a pesar de que llegaron los regalos más pensados y sacrificados, como el de sus padres: una bicicleta, el mazo le había parecido insuperable. 

Ya había hecho uso de las cartas el día anterior con su vecina, Jane. Habían jugado la misma rutina de siempre, suma y resta. Ganaba el que se llevaba más cartas de la mesa. Al comienzo cada una comenzaba con cinco cartas. En la repartición, dos cartas fueron un problema: dos cartas idénticas del joker. En su mazo, las cartas del joker no se distinguían la una de la otra: la figura de un hombre delgado, vestido con un atuendo muy pegado, de color azul y rojo, de rayas. Su rostro pintado de blanco estaba atravesado por un un sonrisa negra y enorme, como una gran cicatriz que culminaba en sus mejillas arreboladas. Jane le dijo que cuando jugaba con su papá, el joker valía 15. Melanie le respondió que era imposible, porque en el mazo, el que tiene más valor es el as, que vale 14. No sabiendo qué hacer con el joker, lo dejaron fuera. 
En el momento en que Melanie se disponía a soplar sus once velas, se acordó del joker porque su torta era roja y las velas, azules. Así que desperdició su gran deseo ya que la única imagen que se le vino a la mente fue la de la carta del joker que Jane y ella dejaron de lado el día anterior por comodidad. Cuando más tarde estaba en un rincón con otros niños jugando con sus nuevos regalos, uno de ellos le preguntó qué pidió como deseo. Una madre, oportuna, intervino: "Eso no se dice". Menos mal que no se dice, porque no había pedido nada, solo fue una imagen fulgurante.

Luego de ese cumpleaños, tuvo otros mazos más, que ella misma compró para matar el tiempo en la playa, para jugar solitario, canasta o pócker; entendió más o menos, pero no del todo, el uso del joker en otros juegos. Un día, apareció la figura del poker distinta, mejorada y más compleja. Fue en una estancia en Lovaina donde pasó algunas semanas con una amiga en verano. Habían sido amigas de infancia, pero luego ella regresó a Europa con sus padres y luego de independizarse y tras algunas peregrinaciones por esos pequeños condados que se precian de ser países, se instaló a trabajar en Lovaina. A Melanie le dio un sofá porque creía que no se quedaría poco tiempo. El sofá al comienzo le pareció un insulto pero poco a poco su cuerpo empezó a moldearlo y llegó un momento en que no hubo mejor lecho para ella. En las tardes tomaba siestas por el letargo del calor: allí quería acabar sus días, en una de esas tardes, cuando sobre su cabeza reposaba la luz, que había quebrado los tules de la ventanas. Ese dorado caía sobre sus párpados y la hacía feliz. El sol más perfecto, el de las cuatro de la tarde, el que se abandona ante el crepúsculo; ese sol le fascinaba cuando se echaba en el sofá en las tardes. Y siempre lo recordaría.
Una mañana en que se quedó sola y sin nada que hacer, decidió arreglar unas hojas y adornos en desorden; algunas fotos del estante de la sala, su cuarto de entonces. El estante estaba olvidado y albergaba sobre todo cuadernos y libros escolares; algunos álbumes coloridos iluminaban el papeleo. Cuando el desorden se fue despejando, iba encontrando algunas cartas dispersas, escondidas entre las separaciones del estante. Se detuvo a ver algunas. Eran notablemente hermosas aunque los dibujos, de un estilo naif. Cada carta tenía un nombre con mayúsculas en la parte inferior. Juntó las que tenían una imagen de un ermitaño, de una torre, de un emperador y la de un loco. La del loco le llamó la atención y le preguntó a su amiga si se la podía quedar. Ella, sin interés, le dijo que si encontraba otras cartas se podía quedar con las que quisiera. Incompletas, no sirven, le dijo. 
El Loco, esa carta que hasta ahora conserva Melanie, se parece y no se parece al joker. Es una figura más espigada y para nada cómica. Ella advierte que hay una disposición del Loco a seguir avanzando a pesar de que está al borde de un barranco; hay un perro blanco detrás que lo empuja o lo insta a lanzarse. El loco aparece como esas figuras clásicas de los dibujos animados, de los exiliados, que cargaban sus pertenencias en un solo ato colgado de un palo. El rostro del Loco es solemne; el Loco no se caerá, sino caminará en el aire, sobre el abismo. 

Así vivir quiero, pensaba Melanie echada en el sofá contemplando la carta del Loco, en Lovaina. 

domingo, 16 de octubre de 2011 Leave a comment

Carta de Alfred de agosto de 2005. Marta


Querida Melanie:

Acabo de recibir tu última carta. Perdóname si te he alarmado demás por mi enfermedad. Es solamente un pequeño mal del corazón. Me dijeron que he nacido con soplo y que el estrés de los últimos años solo lo ha agudizado, es solo eso. Luego del tratamiento, puedo correr largos trechos sin cansarme, incluso he salido con Alex a pasear en bicicleta, aunque tiene que esperarme porque acostumbro a manejar lento. Estas últimas semanas hemos estado de malas, yo con mis pastillas y controles y Alex que se accidentó en una bajada peligrosa. La pista estaba mojada y no pudo frenar. Menos mal solo fueron raspones. 

Hemos visto las fotos de Walter, nos alegra a todos que ya esté caminando. Alex aprendió a caminar bastante antes, como a los nueve meses, pero creo que es normal que todos los niños caminen a los once meses. Te mando también, como me pediste, algunas fotos de Alex, en especial de los últimos meses. Ha crecido mucho porque participa en todos los talleres deportivos que puede, es como si hubiera nacido para hacer deporte. Esto me sorprende, porque ni yo ni Marta nos aficionamos siquiera por la vida al aire libre. 

También te escribo porque tengo algo que contarte. Es sobre Marta. En la última carta te conté poco sobre ella. Es que no anda bien, o no parece estar como antes. Si tuviera que trazar un evento, serían dos: la venida de su hermano y un libro de cuentos. Puede que sean dos eventos separados y que por pura coincidencia influyeron en ella  o sino los dos eventos reflejen un estado o verdad que yo no conozco. 
El hermano es soldador y trabaja en algunas fábricas del norte. Había llamado antes para avisar que necesitaba quedarse con nosotros unos cuantos días, aprovechando su escala hacia Canadá. Quería también conocer a Alex. Al comienzo, me opuse muy sutilmente, le dije que si ambos trabajábamos casi todo el día, no podíamos atender a su hermano. Marta no se oponía, pero no le dijo que no y empezó a dilatar la respuesta final, hasta que el hermano estaba en camino y nos vimos prácticamente obligados a recibirlo. Llegó justo el fin de semana y yo fui a recogerlo al aeropuerto. 
Había visto fotos de él, pero menos incluso las que tú me mandas de Walter o de John. Ahora que pienso sobre las veces en que Marta me habló sobre su hermano, fueron partes necesarias de su historia familiar en conjunto, como un engranaje; no se molestó en nombrarlo de forma individual. Olvidé la existencia de ese hermano, en realidad sería muy difícil recordar a todos los hermanos, porque no los conozco. Son más de cinco. El hermano no se parecía en nada a ella, diría que no es su hermano, hay hermanos que no se parecen pero hay mucho aire de complicidad entre ellos, no necesitan aclararse las cosas, siempre está todo sobreentendido. 
Se quedó con nosotros cinco días y no pasó nada extraordinario, es decir, conversaba lo suficiente como para no despertar sospechas sobre una vida alterna; no tenía familia. Fuimos a comer afuera casi todas las noches en que se quedó y nuestras conversaciones se alargaban sobre todo cuando hablábamos de los padres de Marta, su matrimonio y su vida en un pueblo rural de Minnesota; esta información los dos la compartían con entusiasmo. Cuando hablábamos de nuestros trabajos, Alex protestaba y más bien se mostraba muy interesada en las historias sobre sus abuelos, que su madre omite o no cuenta con el entusiasmo con el que hablaba su tío. Al final, casi lo extrañé. Se quedaba con Alex cuando nosotros dos llegábamos tarde de trabajar y un par de veces nos ayudó con el jardín.
Justo días antes de la llegada de su hermano, Marta había estado entusiasmada con la ilustración de unos cuentos para niños. La madre de uno de los niños del colegio donde trabaja conversó con ella y le mostró algunos cuentos que estaba escribiendo y le propuso que los ilustrara para una publicación. A Marta le entusiasmó la idea, el trabajo administrativo la estaba agobiando y necesitaba probar algo nuevo, en especial el dibujo. 
Lo del libro de cuentos salió en una de las cenas con su hermano. Decíamos que Alex debería seguir la tradición de su familia, ya que muchos familiares de Marta trabajan como ilustradores. El hermano se puso en alerta cuando Marta le empezó a decir que todavía no había leído todo el libro de cuentos pero que esperaba hacerlo esa semana y que tenía mucha expectativa sobre este nuevo trabajo. La mirada del hermano se tornó grave y mencionó como una larga relación sobre las malas influencias de los cuentos para el crecimiento de los niños, que estaban todos llenos de embustes y además le recordaba a Marta qué es lo que sus padres creían sobre estas historias. Yo quería seguir la conversación por el lado de los padres de Marta y su desconfianza sobre los cuentos de niños, pero de cierta manera, por primera vez, se sintieron los hermanos en plena fraternidad y decidieron ignorarme. El hermano se fue al quinto día luego de una despedida cálida y Marta se enfrascó en la lectura esa semana. La primera vez que leyó no me dijo nada, solo que se notaba que eran cuentos de factura reciente porque el mundo maravilloso había sido desplazado por elementos más contemporáneos como artefactos mágicos. Eso está bien, le dije, de alguna forma los cuentos de niños tienen que evolucionar. Luego del primer fin de semana, Marta empezó a dar muestras de molestia cada vez que se sentaba en su escritorio y hacia esbozos al lado de los cuentos. Llegó a decirme: Estoy avanzando con la lectura y con cada dibujo estoy descubriendo el verdadero significado. Yo estaba atento a las noticias del diario y me alegré de que este trabajo la entusiasmara tanto. 
Pero, con el paso de los días, y mientras mejoraba los esbozos definitivos, Marta se había sumido en un constante mal humor que ya había llamado la atención de Alex. Una noche en que estábamos viendo la televisión en nuestro cuarto, me dijo que había llegado un momento en que ya no podía seguir con la ilustración de los cuentos porque en vez de avanzar con "la posible interpretación de unos pasajes oscuros" se había dado cuenta de la presencia de un "hálito del mal" y que solo podría dibujar obscenidades. Le dije que era natural, porque los cuentos infantiles se escribían para disciplinar sobre todo, que los niños tenían que aprender necesariamente de los cuentos, que lo que ella se imaginaba eran obscenidades, era solo su imaginación. No me dijo nada, pero dejó el proyecto de lado y siguió repitiendo que no alimentaría la maldad ilustrando cuentos que ocultaban un fondo perverso. Desde ese día, está leyendo mucho en internet sobre el origen de los cuentos infantiles. Me ha contado la vez pasada que hay un cuento que le había aterrorizado de niña y que sabe ahora era la historia de Barba Azul, inspirado en el sanguinario Gilles de Rais. Está demás mencionar las atrocidades de Gilles de Rais, pero es suficiente decirte que esto ha alterado mucho el carácter de Marta. Sobre todo Gilles de Rais. 

No me ha mostrado las ilustraciones y tampoco me ha permitido que lea los cuentos infantiles. He conversado con la autora, una madre de familia y dice que no hay mayores novedades en su libro, que solo se trata de adaptaciones modernas de viejas historias. No me ha querido dar su manuscrito porque nuestra actitud la ha asustado. 
Temo que el comentario de su hermano o una evento pasado tenga que ver con este súbito cambio de ánimo y en un asunto tan pedestre como son los cuentos infantiles. Lo veo como un pretexto, como una razón que justifica algo que espero conocer luego. No quiere incluso que la toque; estamos demasiado distanciados en estos últimos días.

Todo esto me causa mucho pesar Melanie, si este extraño comportamiento de Marta persiste, voy a tener que hablar con un psicólogo o con su hermano.

Espero recibir noticias de ti pronto. Siempre te recuerdo.

Cariños,

Alfred.

miércoles, 12 de octubre de 2011 Leave a comment

Notas evangélicas-Las brujas


He escuchado una historia como un ruido, nuevamente del Nazareno. Dicen que en la tierra de los gadarenos, él fue con el grupo de seguidores y se detuvo frente a un endemoniado al que los asustados habían atado con cadenas. Pronunció en voz alta como una sentencia grave, que asustó a los curiosos de alrededor; otros dicen que se trataría de una lengua distinta, por eso no recordarían. Hasta ahora no lo he escuchado hablar, solo he visto su figura de lejos, rodeado de gente; sus gestos son adustos, como golpes o sentencias.

Todos vieron cómo salieron los demonios, fue Legión; luego poseyeron a unos cerdos. Los cerdos enloquecieron cuando sintieron los demonios, se despeñaron en un abismo. Eso me contaron. Ayer vino una prima de él y me pidió que vaya a su lado y me arrepienta, que lave sus pies. Antes, ella ha venido cuantiosas veces para que vea su futuro, ahora reniega de saber que fue ayudada por Satanás, así llaman ellos al futuro. Teme que si el Nazareno algún día se me acerca podrían salir demonios de mi cuerpo, o que revele lo que ellos temen saber. El futuro más inminente lo tengo ahora ante mis ojos, no hay conjuros ni palabras, simplemente sucede: en vez de revelarse el panorama cotidiano frente a nuestra vista, sucede el porvenir. No me sorprende por eso que ellos se asusten por los demonios, que para ellos son fuerzas externas que se toman el cuerpo. Varias veces me han preguntado qué sucede conmigo, por qué puedo ver el futuro, con qué demonio he hecho el pacto. Yo les aseguro que nunca he necesitado hablar con ningún demonio, ninguna fuerza ajena entra en mí, yo  misma soy esa fuerza. Ahora podría cerrar los ojos y ver la muerte del Nazareno, porque ocurrirá, es un ser de carne y hueso; podría también sentir quienes ocuparán este espacio donde estoy sentada y ciega dentro de varias generaciones, podría ver cómo otros anteriores a mí me han visto sentada en este preciso momento, podría ver a los hermosos jinetes del Apocalipsis.

Es comprensible que el dios de los judíos tengan celos de nosotros los demonios. Saúl, el primer rey, una vez le pidió a su dios que le dé consejos sobre cómo enfrentar a los Filisteos, y este no le contestó ni en sueños. Tampoco los profetas, esa casta exclusivamente masculina y falible, pudo comunicarse con su dios. Abatido por la incertidumbre, tuvo que recurrir a un demonio de Endor, una bruja, que vio a Samuel, un profeta muerto, y del que por fin pudo obtener consejo en la batalla y la respuesta de dios: Jehová ahora ya no lo miraba como antes, ahora prefería al joven David, jefe de la casa del Nazareno. Saúl cayó en desgracia; él seguramente habría entendido que la historias de endemoniados, de esas fuerzas que según el Nazareno incluso podrían entrar en las inmundas entrañas de los cerdos, poco a nada tienen que ver con nosotros, los que de verdad vemos.

lunes, 10 de octubre de 2011 Leave a comment

Tunic (song for Alonso)



Alonso los vio a los dos sentados en una banca de un parque. No podría escuchar de qué conversaban; los vio muy animados, uno gesticulaba mucho y se apoderaba de la charla, el otro sonreía en señal de aprobación aunque si uno lo miraba bien, no descartaría la hipocresía; lo miraba pero no prestaba atención. Se iba a acercar, estaría ya cerca, no tan visible porque los árboles lo cubrían, pero cayó el entusiasmo inicial de verlos y tomar licor, cuando los observó ensimismados en cada uno; conversaban pero existía el constante afán de complacerse a sí mismos, líneas correctas, de cerca uno no percata de detalles que organizan el paisaje. Esperó detrás de un árbol enorme; se le ocurrían dos posibilidades: conversar solo un rato en la banca y regresar a casa, otra posibilidad era no ir. Vivía con su madre solamente y por ratos ensombrecía sus mejores momentos el recuerdo de ella, no se podría decir qué evento en especial; también le preocupaba el que su madre no tuviera amigos mientras que él vagabundeaba la mayor parte del tiempo con gente, ni siquiera era un alumno regular. Colmaba su vida el hecho de que era devoto y a la vez ente de devoción de sus amigos. Por esas razones, no le dolió dejar de ver ese día a sus némesis; se dio media vuelta y regresó a su casa caminando, pensó que era lo más honesto que había realizado en mucho tiempo. Hay dos en mí, dijo, ojalá tuviera estos raptos más a menudo.


Si se hubiera acercado más, se habría decepcionado otra vez, habría escuchado que sus dos camaradas, escritores los dos, conversaban sobre otros escritores, pero masticaban odio en la conversación. No es que fuera novedad para él que sus amigos hablen de literatura y en términos infernales, pero se frenaban cuando llegaba él, porque siempre habían creído que él no tenía la autoridad ni el privilegio que ellos, hijos de las Musas, reclamaban. Ambos amigos odiaban a escritores distintos: el que gesticula, Juan, odiaba a los escritores que escribían sobre otros escritores que soñaban con libros o que se creían detectives, a pesar de que en su última novela, él había escrito sobre un escritor asesino. El odio de Juan era sincero pero desmedido, como todo lo que hacía: su honestidad, pensaba Alonso en el camino de regreso, apabulla y puede resultar también, cómo no, a veces como una maldad infantil. A pesar de ello, admiraba a Juan. El otro, Charlie, no llegaba al odio o no lo decía de manera explícita por qué, no se sabe; personas distraídas dirían que era carisma, otras malpensadas, hipocresía, Charlie era virtuoso en la descripción de diversas situaciones con una combinación de cultura pop; había incluso una fórmula que había acuñado y que podría alterar según el destinatario: una canción de los Beatles (o sus herederos) + una línea de una película de Godard + un verso de un poeta maldito (puede ser beatnik o los malditos finiseculares de verdad, según cuanto haya podido comprender eso sí). Esta combinación a la que apelaba siempre Charlie, a Juan le resultaba vomitiva y cuántas veces no había advertido a Charlie que ese procedimiento no solo era artificial sino ineficaz, la mugre no se puede decir como un "como", el símil no funciona con la mugre real. Y su honestidad se insuflaba, rebalsaba su razón, jamás un poema beatnik describía el estado febril de su alma y de sus genitales, son mariconadas, decía Juan. Mientras tanto, Charlie pensaba que en estos momentos, en que estaba aburrido por los mismos argumentos sobre el artista y la calle y el conocer el mundo de verdad y las gesticulaciones sabiondas de Juan, la prédica de su amigo Juan, suspira: si pudiera describir su estado de ánimo, mejor lo describirían otros, "What else could I be, all apologies" (Nirvana, 1993), más "Tienes miedo de envejecer, yo sí" (Godard, 1960) y más "Ahora mi mente está clara/como un cielo nublado" (Ginsberg, s/f). Todo eso sentía a la vez.

En un momento, cuando ya habían pasado cerca de una hora en que Alonso debía venir, se dieron cuenta de que toda espera ya era obsoleta. Habían estado hablando casi una hora y como siempre, no llegaron a acuerdo alguno sobre la escritura, los premios, las mujeres, sobre nada, en especial porque cuando llegaron al tema de las mujeres, se habían aventurado de manera distinta. Charlie preferiría las heroínas que como ángeles estuvieran pisando huevos por las calles ya limpias de Lima y que fueran silenciosas o que hicieran preguntas fáciles de responder, pero eso sí podían ser a veces mordaces; divinas criaturas que nunca vomitan, ni escupen ni cagan. Las mujeres de Juan, casi nunca hablaban o eran sufrientes, su destino siempre era la muerte, hacia allí caminaban lentamente, como hacia la cama del protagonista. Su pobre destino era compensado con un exceso en sus cuerpos que parecían sacados de revistas para hombres. Es comprensible, piensa Alonso, mientras cruza en luz roja una avenida enmarañada de ambulantes, no conocía a los modelos de mujeres de sus amigos pero aun así los justificaba y comprendía. No existían tales modelos absolutos como la idea del bien o la idea de Dios, sus referentes eran sueños o también otras mujeres que cruzaban las aceras al lado de ellos o que habían visto en los diarios o con las que habían hablado, potenciales amantes que ellos alucinaban a cada rato; una de ellas en su juventudes pudo haber sido una nínfula noble pero ahora se había abandonado a los temas domésticos del capitalismo avanzado, otra pudo haber sido una que haya entregado devoción total de su cuerpo pero el cuerpo se agota, sobre todo en las noches oscuras; otra podría ser una prostituta; otra, solo una joven de otra facultad que siempre se dejaría avistar pero nunca tocar, que nunca hablaría y que reuniría en su silencio todas las expectativas eróticas del mundo; también alguna chica inspiradora pudo haber sido un amor del colegio que habrían besado por primera vez en la oscuridad, por la impunidad de la ausencia de los padres; otras pudieron haber sido actrices de cine y de la televisión local, otra también puede haber tenido un discurso ridículo sobre el esoterismo, los sueños y el cambio de siglo y etcétera. Los iluminaba la certeza de que todas ellas habían sido deformadas desde su nacimiento por los hombres y que ahora les tocaba a ellos hacerlo. Eso concluyeron ambos casi felices para exhumar la culpa teniendo como Dios Padre de testigo. Se pararon y se enfilaron hacia el Superba, el bar más cercano.

Alonso ya ha llegado a casa, ha saludado a su madre. En un rapto de inspiración, agarró una hoja de papel y escribió una línea, su primer cuento:

El problema, es que no puede precisar cuál de los dos sujetos llamados Alonso es el responsable.


sábado, 1 de octubre de 2011 6 Comments

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