Querida Melanie:
Acabo de recibir tu última carta. Perdóname si te he alarmado demás por mi enfermedad. Es solamente un pequeño mal del corazón. Me dijeron que he nacido con soplo y que el estrés de los últimos años solo lo ha agudizado, es solo eso. Luego del tratamiento, puedo correr largos trechos sin cansarme, incluso he salido con Alex a pasear en bicicleta, aunque tiene que esperarme porque acostumbro a manejar lento. Estas últimas semanas hemos estado de malas, yo con mis pastillas y controles y Alex que se accidentó en una bajada peligrosa. La pista estaba mojada y no pudo frenar. Menos mal solo fueron raspones.
Hemos visto las fotos de Walter, nos alegra a todos que ya esté caminando. Alex aprendió a caminar bastante antes, como a los nueve meses, pero creo que es normal que todos los niños caminen a los once meses. Te mando también, como me pediste, algunas fotos de Alex, en especial de los últimos meses. Ha crecido mucho porque participa en todos los talleres deportivos que puede, es como si hubiera nacido para hacer deporte. Esto me sorprende, porque ni yo ni Marta nos aficionamos siquiera por la vida al aire libre.
También te escribo porque tengo algo que contarte. Es sobre Marta. En la última carta te conté poco sobre ella. Es que no anda bien, o no parece estar como antes. Si tuviera que trazar un evento, serían dos: la venida de su hermano y un libro de cuentos. Puede que sean dos eventos separados y que por pura coincidencia influyeron en ella o sino los dos eventos reflejen un estado o verdad que yo no conozco.
El hermano es soldador y trabaja en algunas fábricas del norte. Había llamado antes para avisar que necesitaba quedarse con nosotros unos cuantos días, aprovechando su escala hacia Canadá. Quería también conocer a Alex. Al comienzo, me opuse muy sutilmente, le dije que si ambos trabajábamos casi todo el día, no podíamos atender a su hermano. Marta no se oponía, pero no le dijo que no y empezó a dilatar la respuesta final, hasta que el hermano estaba en camino y nos vimos prácticamente obligados a recibirlo. Llegó justo el fin de semana y yo fui a recogerlo al aeropuerto.
Había visto fotos de él, pero menos incluso las que tú me mandas de Walter o de John. Ahora que pienso sobre las veces en que Marta me habló sobre su hermano, fueron partes necesarias de su historia familiar en conjunto, como un engranaje; no se molestó en nombrarlo de forma individual. Olvidé la existencia de ese hermano, en realidad sería muy difícil recordar a todos los hermanos, porque no los conozco. Son más de cinco. El hermano no se parecía en nada a ella, diría que no es su hermano, hay hermanos que no se parecen pero hay mucho aire de complicidad entre ellos, no necesitan aclararse las cosas, siempre está todo sobreentendido.
Se quedó con nosotros cinco días y no pasó nada extraordinario, es decir, conversaba lo suficiente como para no despertar sospechas sobre una vida alterna; no tenía familia. Fuimos a comer afuera casi todas las noches en que se quedó y nuestras conversaciones se alargaban sobre todo cuando hablábamos de los padres de Marta, su matrimonio y su vida en un pueblo rural de Minnesota; esta información los dos la compartían con entusiasmo. Cuando hablábamos de nuestros trabajos, Alex protestaba y más bien se mostraba muy interesada en las historias sobre sus abuelos, que su madre omite o no cuenta con el entusiasmo con el que hablaba su tío. Al final, casi lo extrañé. Se quedaba con Alex cuando nosotros dos llegábamos tarde de trabajar y un par de veces nos ayudó con el jardín.
Justo días antes de la llegada de su hermano, Marta había estado entusiasmada con la ilustración de unos cuentos para niños. La madre de uno de los niños del colegio donde trabaja conversó con ella y le mostró algunos cuentos que estaba escribiendo y le propuso que los ilustrara para una publicación. A Marta le entusiasmó la idea, el trabajo administrativo la estaba agobiando y necesitaba probar algo nuevo, en especial el dibujo.
Lo del libro de cuentos salió en una de las cenas con su hermano. Decíamos que Alex debería seguir la tradición de su familia, ya que muchos familiares de Marta trabajan como ilustradores. El hermano se puso en alerta cuando Marta le empezó a decir que todavía no había leído todo el libro de cuentos pero que esperaba hacerlo esa semana y que tenía mucha expectativa sobre este nuevo trabajo. La mirada del hermano se tornó grave y mencionó como una larga relación sobre las malas influencias de los cuentos para el crecimiento de los niños, que estaban todos llenos de embustes y además le recordaba a Marta qué es lo que sus padres creían sobre estas historias. Yo quería seguir la conversación por el lado de los padres de Marta y su desconfianza sobre los cuentos de niños, pero de cierta manera, por primera vez, se sintieron los hermanos en plena fraternidad y decidieron ignorarme. El hermano se fue al quinto día luego de una despedida cálida y Marta se enfrascó en la lectura esa semana. La primera vez que leyó no me dijo nada, solo que se notaba que eran cuentos de factura reciente porque el mundo maravilloso había sido desplazado por elementos más contemporáneos como artefactos mágicos. Eso está bien, le dije, de alguna forma los cuentos de niños tienen que evolucionar. Luego del primer fin de semana, Marta empezó a dar muestras de molestia cada vez que se sentaba en su escritorio y hacia esbozos al lado de los cuentos. Llegó a decirme: Estoy avanzando con la lectura y con cada dibujo estoy descubriendo el verdadero significado. Yo estaba atento a las noticias del diario y me alegré de que este trabajo la entusiasmara tanto.
Pero, con el paso de los días, y mientras mejoraba los esbozos definitivos, Marta se había sumido en un constante mal humor que ya había llamado la atención de Alex. Una noche en que estábamos viendo la televisión en nuestro cuarto, me dijo que había llegado un momento en que ya no podía seguir con la ilustración de los cuentos porque en vez de avanzar con "la posible interpretación de unos pasajes oscuros" se había dado cuenta de la presencia de un "hálito del mal" y que solo podría dibujar obscenidades. Le dije que era natural, porque los cuentos infantiles se escribían para disciplinar sobre todo, que los niños tenían que aprender necesariamente de los cuentos, que lo que ella se imaginaba eran obscenidades, era solo su imaginación. No me dijo nada, pero dejó el proyecto de lado y siguió repitiendo que no alimentaría la maldad ilustrando cuentos que ocultaban un fondo perverso. Desde ese día, está leyendo mucho en internet sobre el origen de los cuentos infantiles. Me ha contado la vez pasada que hay un cuento que le había aterrorizado de niña y que sabe ahora era la historia de Barba Azul, inspirado en el sanguinario Gilles de Rais. Está demás mencionar las atrocidades de Gilles de Rais, pero es suficiente decirte que esto ha alterado mucho el carácter de Marta. Sobre todo Gilles de Rais.
No me ha mostrado las ilustraciones y tampoco me ha permitido que lea los cuentos infantiles. He conversado con la autora, una madre de familia y dice que no hay mayores novedades en su libro, que solo se trata de adaptaciones modernas de viejas historias. No me ha querido dar su manuscrito porque nuestra actitud la ha asustado.
Temo que el comentario de su hermano o una evento pasado tenga que ver con este súbito cambio de ánimo y en un asunto tan pedestre como son los cuentos infantiles. Lo veo como un pretexto, como una razón que justifica algo que espero conocer luego. No quiere incluso que la toque; estamos demasiado distanciados en estos últimos días.
Todo esto me causa mucho pesar Melanie, si este extraño comportamiento de Marta persiste, voy a tener que hablar con un psicólogo o con su hermano.
Espero recibir noticias de ti pronto. Siempre te recuerdo.
Cariños,
Alfred.