Las han visto en ríos, manantiales, el mar, incluso como diminutas presencias en charcos cincelados por una lluvia de verano. Nunca he visto una, pero el horizonte inagotable pudo haberme mostrado cierta hebra de cabello, una inusual esquina de aleta o las puntas de unos diminutos dedos que rasgan la superficie del mar; yo que tan pocas cosas veo, pude no haber advertido las monstruosas presencias de las sirenas.
Las sirenas cantan pero no hablan. Proceso bastante simple, dicen algunos. La entonación surge como desde las cavidades profundas de las aves. Un gorrión canta y no habla. Las sirenas no poseen traqueas como los humanos sino una estructura ósea como vértebras, cavidades de donde se contrae el aire y salen notas musicales, similares a las aves pero a la vez diferente. La diferencia entre las aves y las sirenas estriba en que a pesar de su ausencia de tráquea (y aunque parezca imposible), las sirenas poseen cuerdas vocales y entonces su canto no es alado ni marino sino humano pero similar al canto de un insecto o el llamado de un animal herido.
He de reconocer a una sirena. El procedimiento no es simple, es más bien arriesgado. Algunos me han dicho que si cierro los ojos y los abro de pronto podré ver a un aparecido. ¿Qué me tendré que colocar en los ojos para ver a una sirena? Si aprieto mis índices en los oídos escucho como un ruido fino, debe ser el canto de alguna sirena o de alguna criatura celestial a la que no hemos dado nombre. Ese sonido y otros más se pierden en la ciudad, donde incluso no se pueden ver las estrellas, donde las constelaciones son solo imaginadas.
Quisiera una sirena que cante y cuente. Que cuente historias sobre qué piensa al despertarse, si siente el vértigo de la muerte en la aleta algunas veces. Entonces definiría nuevamente mi forma de pensar el mundo. Por un momento olvidé que ellas no pueden hablar. Si me enamorara de una sirena sería feliz todavía. Eso, si me dejan. Y de todo lo demás olvidaré. Olvidaré hablar, lanzaré solo gorjeos como los peces. Olvidaré los modales de mesa y olvidaré pedir perdón, olvidaré. Olvidaré que la distancia es el olvido, olvidaré a mis padres, amigos y amantes y concebiré todas las razones olvidadas, los sentimientos perdidos, para poder verlas.
Una sirena no puede parir como un delfín o una ballena. Han imaginado otra forma de reproducción. Han imaginado, seguramente, otra forma de amar. Yo imagino solamente que algún día las veré de cerca. Estoy en un bote cerca de la Isla San Lorenzo, latitud de Lima, Océano Pacífico. El agua fría de la corriente de Humboldt es trazada con furia por capuchinos marinos blanquinegros, pinguinos, navegan al azar con una velocidad indecible, no tengo buen cálculo. Allí está una tropa de sirenas. Las avisto bien, por fin.
Las sirenas cantan pero no hablan. Proceso bastante simple, dicen algunos. La entonación surge como desde las cavidades profundas de las aves. Un gorrión canta y no habla. Las sirenas no poseen traqueas como los humanos sino una estructura ósea como vértebras, cavidades de donde se contrae el aire y salen notas musicales, similares a las aves pero a la vez diferente. La diferencia entre las aves y las sirenas estriba en que a pesar de su ausencia de tráquea (y aunque parezca imposible), las sirenas poseen cuerdas vocales y entonces su canto no es alado ni marino sino humano pero similar al canto de un insecto o el llamado de un animal herido.
He de reconocer a una sirena. El procedimiento no es simple, es más bien arriesgado. Algunos me han dicho que si cierro los ojos y los abro de pronto podré ver a un aparecido. ¿Qué me tendré que colocar en los ojos para ver a una sirena? Si aprieto mis índices en los oídos escucho como un ruido fino, debe ser el canto de alguna sirena o de alguna criatura celestial a la que no hemos dado nombre. Ese sonido y otros más se pierden en la ciudad, donde incluso no se pueden ver las estrellas, donde las constelaciones son solo imaginadas.
Quisiera una sirena que cante y cuente. Que cuente historias sobre qué piensa al despertarse, si siente el vértigo de la muerte en la aleta algunas veces. Entonces definiría nuevamente mi forma de pensar el mundo. Por un momento olvidé que ellas no pueden hablar. Si me enamorara de una sirena sería feliz todavía. Eso, si me dejan. Y de todo lo demás olvidaré. Olvidaré hablar, lanzaré solo gorjeos como los peces. Olvidaré los modales de mesa y olvidaré pedir perdón, olvidaré. Olvidaré que la distancia es el olvido, olvidaré a mis padres, amigos y amantes y concebiré todas las razones olvidadas, los sentimientos perdidos, para poder verlas.
Una sirena no puede parir como un delfín o una ballena. Han imaginado otra forma de reproducción. Han imaginado, seguramente, otra forma de amar. Yo imagino solamente que algún día las veré de cerca. Estoy en un bote cerca de la Isla San Lorenzo, latitud de Lima, Océano Pacífico. El agua fría de la corriente de Humboldt es trazada con furia por capuchinos marinos blanquinegros, pinguinos, navegan al azar con una velocidad indecible, no tengo buen cálculo. Allí está una tropa de sirenas. Las avisto bien, por fin.
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