Dice el Poeta: Alarga los ojos y oídos. En este desierto rondan las aves.
En el corazón de la pupila, me habitaban cenizas. Ardía el ruido blanco en los oídos.
A la orilla de la gran cocha puede ver. No son las aves --dije-- de los azulejos ni los vitrales góticos, ni a las que cantan poetas de los bosques negros, ni las que en el Cáucaso devoran entrañas, ni las que anuncian el amanecer en las tragedias isabelinas o hablan en negros cuentos de horror. Son -dije- puras líneas y colores de mi infancia.
Porque los antiguos las conocían y las tejieron en mi memoria. Vi danzar en la orilla negros triángulos y enseñorearse con humildes monocromías. Humildábanse en el mar henchidos y brillantes cuerpos al sol, bañados de la grasa de la cocha.
Qué es sino el desierto la línea infinita que mira el mar. Que está para eso --quizá-- y los antiguos la poblaban al lado de la cocha. Un punto de la línea es este desierto poblado de urbanas aves.
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