He nacido en un territorio donde se dificulta encontrar raíces porque uno siente que existen profundas en las tierras las cenizas de mis ancestros, y sin embargo indeterminado es el adn vegetal. Esta profundidad telúrica la siento cuando camino sobre las montañas descalzo o cuando me sumerjo en el río para lavar la podredumbre diaria de mis miembros y las heridas que causan los cotidiano. Este río que se encuentra al lado de mi casa es en realidad siempre barro con pequeña consistencia acuática, y ocurre solamente cuando hay lluvias arriba o cuando hay deshielo de las montañas cansadas de estar inmóviles por el frío y sudan porque el sol se acerca a la corteza y nos alimentamos de ese sudor yo y los animales. El resto del año, el río es usualmente caudal de barro y piedras.
En las noches suelo sentir las estrellas, puedo leer el futuro en la arena si consigo distanciarme del bosque y fundirme en el mar. He hundido mis dedos en las profundidades de la arena y he querido coger un puñado permanente, pero la arena como el tiempo, huye de mí y solo puedo ver paisajes en un grano calidoscópico. Y trato de recordar a mis ancestros, he insistido con el oráculo, que mudo permanece y afirma que solo yo debo decir y ver. No recuerdo a mis padres tebanos, ni mi tribu original, todos ellos deambulan por el Hades mientras que yo existo para decir el futuro. Mi pasado original no existe, ha sido desterrado de mi memoria para no extrañar y poder ver, porque el tiempo es bendición y perdición de los mortales.
Los dioses me cerraron la cuenca de los ojos con líquido de oro. Dante me ha castigado con los adivinos un fuego infernal que seca mi sangre inmortal, pero si acaso lo fuera. Solamente puedo ver. Dante también era vidente, le dije su presente, al poeta vidente le dije que podía ver y que debía ser castigado conmigo en las profundidades del vivir por siempre en el espiral de la amnesia de los de nuestra raza, perder a los que amamos en nuestras lagunas de olvido. Algunos creen en mi videncia y en mis sueños, otros no.
Mi condición sexual también les parece aberrante. Puedo copular con hombres y mujeres. Puedo sentir como hombre y pensar como mujer, puedo pensar como mujer y sentir como hombre, puedo sentir como mujer y pensar como hombre, puedo pensar como hombre y sentir como mujer. A veces mi dedo meñique tiene la coquetería de una mujer y mis cejas la masculinidad de un hombre. Otras veces mi mirada es delicada pero mi labio inferior se tensa. Cuando llueve puedo llorar o querer devorar bestias. Menstruo cada veintiocho días y otros días eyaculo en las noches sin consciencia de ello. Rindo el culto a la fértil luna pero no puedo procrear, por ello soy dada a la especulación metafísica que los filósofos, hombres todos, me han prestado para matar el aburrimiento. No me atraen los filósofos sino los rapsodas, que pueden comunicarse, como yo, con los dioses. Amo también a las mujeres hermosas aunque a naturaleza las haga altivas y estériles en el buen gusto que es imprescindible para mi tacto, la lozanía de sus cuerpos es exigencia de mi boca que desea saber la sustancia del tiempo en el cuerpo, así como puedo comer pétalos de rosa o chupar camas de plantas recién nacidas y bañadas de rocío. El sabor del tiempo es el del cuerpo humedecido por el deseo y del verso que resuena en la boca de los rapsodas.
He de ver el futuro en el grano de arena pero también sentirla en los abismos de los ojos de un rapsoda que pueda cantar mi nombre, sea Dante u otro. No he de saber la textura de mis raíces, el peso de las cenizas de mis ancestros juntos, pero el amante, el rapsoda acaso pueda cantar mi futuro, solo un rapsoda sabe la naturaleza de mi videncia, mi maldición vegetal.
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