La estrategia de supervivencia del Il penseroso reside en no hacer. Recuerda el día de su nacimiento: hacía bastante frío, era un mes de vientos. Recuerda sobre todo el frío que sintió cuando lo posaron en una bandeja helada, lejos de su madre y todavía recuerda con tristeza y solemnidad cómo solía navegar en el mar caliente de las vísceras de la madre. Esos días suele llorar en silencio apretando un pañuelo en sus dientes. Otro día vio a una paloma empollando en medio de una avenida negra por el devenir de los autos, invocó a su madre. Le hubiesen dado de comer la placenta o su mamá hubiese guardado la placenta para que luego se la repartan en un festín y quedar siempre unidos. Pero la madre ha partido para nunca regresar hace exactamente doce años, en que ha dejado al Penseroso en total estado de desamparo, porque ella era la única que lo cuidaba y lo entendía.
Por eso il Penseroso no siempre estuvo unido a la madre, por eso evoca la placenta. En realidad desde un comienzo pensó que la madre debía no existir para que él sí pudiera ser finalmente. Desde los tres años había adquirido una envidiable capacidad para pensar, aunque no tanto para hablar. Recién aprendió a hablar a los ocho años, durante siete años sus padres lo creyeron sordomudo y sufrió una serie de vejaciones. En ese tiempo se entrenó en el pensar. Descartó los juegos infantiles por agotadores, la respuesta a los mimos por ser dañinos para su salud.
Nunca le han roto el corazón al Penseroso.
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