1. Anatomía
Un atlas confiable dice que la libélula es la mayor parte de su vida, una ninfa. Una persona poco cauta podría decir que viven horas o días, como una mosca o una pulga. La realidad dice que viven la mitad de la vida de un perro. Su corazón trajina siete años. Su vida de ninfa es feliz porque el agua es maternal; ha disuelto con suavidad su cascarón. En algún momento, el tiempo le susurra órdenes al oído: le dice que se sujete de una pequeña rama que se esfuerza en alcanzar el sol. ¿Acaso el sol no está abajo, mucho más abajo, en las profundidades del agua? Un animal terrestre, avezado, que ha trazado madrigueras en el vientre de la tierra le dirá, más adelante, que hay un sol en las profundidades y otro arriba, en el otro espejo, el cielo. Pero ya no está en el mar el sol de las profundidades, aún está más allá; solo ha llegado la imaginación de los hombres.
Luego la rama le enseña a respirar el aire. Sus branquias posteriores hicieron lo suyo para mantenerla ninfa en el agua, ahora, agotadas, las desecha. Se cambia de ropaje y la divina época de ninfa culmina con su apertura al viento. Ahora puede volar. Planea por el campo con elegancia heredada. No se percata de los ojos que contemplan.
2. Resurrección
Me acompañaba una sonatina de libélulas; sus alas rayaron zumbidos alrededor de mi cabeza. Mariposas transparentes querían resucitarme; mi cuerpo ese día era un acopio de tristeza: responsabilidades, el tiempo, gente extraña, claxons. Todo eso. Ellas presintieron la desazón por el olfato. Crucé las líneas para pedestres de la autopista y ellas fueron tras de mí, transparente y sincronizada aureola en mi cabeza. Sabía que no merecía tal homenaje.
No consulté por qué aparecen en esta época. Se me ocurre que la cercanía de la neblina es responsable. El sol nunca derretiría sus alas. Un poeta dijo April is the cruellest month. Quisiera decir no lo es, ciertamente, el más cruel: la aproximación de la neblina, la noche en el día es mi felicidad y de las libélulas. Pero está aquí el cansancio que se disputa--finalmente vencida se aleja--con el aleteo concentrado de las libélulas. Las libélulas que atravesaron la autopista conmigo ya están lejos pero su olor a viento ha sabido cultivar mi memoria.
Buena compañía es la libélula. Sobre todo en las noches. Una de ellas descansa eterna cerca de mí. Si supiera palabras de Cristo, las resucitaría, como me resucitaron aquel día que las vi. Aladas palabras profirieron las libélulas.
3. Cierto joven
Ha visto un joven que fue una libélula. Sabe respirar en el agua pero lo ha olvidado. Si le dijeran que fue ninfa en una época anterior seguro se burlaría, es demasiado desconfiado. El talle delgado y el caminar desigual lo delatan. Su soltura en el umbral del invierno también. Al comienzo dudó si efectivamente se trataba de una libélula, lo confundió con un lepidóptero. No distingue este joven que fue alguna vez libélula el color de las estrellas; tal vez no se acostumbra a la vida en la superficie de la tierra. Un día se pregunta qué pasaría si tomara la mano del joven, si aplastara alguna vena; quizá se convierta en luciérnaga, se aventura a responder.
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