Lo que yo veo es un zorro. Lo que cruza es un tótem. Nuestros caminos no se cruzan, sino yo me cruzo en su divina trayectoria, que es una luz que batalla contra el viento.
Es viento o azote lo que nos golpea a veces en las montañas. Porque la naturaleza prefiere el silencio: los minerales son mudos y la madera cruje para sus adentros, con un crepitar que es un caracoleo. El sonido del trayecto del agua es la acústica del bosque, que permite solo algún ruido alado. Un picoteo, un batir de alas, un graznido de batalla, un canto matutino.
Llega el azote, al bosque puebla un ruido que anuncia la catástrofe. Es el viento o es el azote. Un aullido hueco, que proviene de las entrañas de lo desconocido. Así suena el fin del mundo, así la muerte. Los mamíferos nocturnos se aturden y en la noche, las aves rezan entumecidas en los árboles.
Y el rayo.
El rayo vagabundea en las noches, es su territorio. En el ocaso los hombres le cantan y con el despertar de la oscuridad, se interna a hociquear el mundo. Llega el azote, es un silbido que además lo golpea y lo hace retroceder. Porque conoce al bosque por su sonido, se desconoce. El azote ha borrado todo sonido y olor de sus huellas. No sabe dónde está: se ha perdido. Puede reconocer apenas el árbol donde suele marcar el paso. Es el mismo, lo sabe, pero se encuentra en una espiral del desorden. El viento ha desordenado todo, y el bosque ya no es su orden sino un sonoro caos. Desiste de contar sus pasos y de reconocer alguna húmeda tierra que le sirva de guía. Esta vez, el azote ha ganado. El rayo abraza la oscuridad : es lo que hay que hacer.
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