El ciervo Yasha, 1941




Reindeer Yasha at War. Murmansk area, 1941.


Testigo de la historia, dicen los hombres, aunque Yasha era solo testigo del horror. La Historia, observa Yasha, el ciervo coronado, es la repentina desaparición del bosque, retazos, grumos y perpetuo invierno. Acostumbrado a la rigurosa sucesión estacional del Tundra, Yasha asocia la permanencia del invierno y de un fuego inexplicable, a ciertas presencias aladas, que desde lo alto encienden los árboles y destruyen alimento. Un grupo de hombres instala una base que repele a los nazis y Yasha se acostumbra a la presencia humana. Los sonidos que advierten la llegada de la muerte alada lo salvan de dos explosiones. Los humanos lo alimentan y sus guaridas lo protegen. 

Ha encontrado un clan --observa Yasha-- que introducido en la historia vive un relato distinto al suyo.   En el Tundra la vida pasa repetida; así ve Yasha a su nuevo clan, que se alimenta, bebe, duerme y se protege --y lo protegen-- de la muerte alada a un unísono y diario ritmo. Arriba los pilotos cuentan  la historia. Abajo el Tundra recibe la muerte y se regenera. Yasha observa que debe esperar el capricho del Tundra para saciarse. En la Historia --mira atento-- siempre hay qué comer.

Es 1944 arriba y abajo para el clan, que debe partir. El clan decide que el Tundra-sin-Historia es el tiempo de Yasha. Ahí, reencontrado con otro ciervo coronado, Yasha se reincorporará --dicen-- al devenir del Tundra. Lo espera el Tundra y su estepa, las tormentas glaciales con la llegada de noviembre, secos troncos de árboles y follaje que hociqueará por horas sin hallar verdor. El Tundra y su severo rigor, su reloj estacional. Parte el clan en un camión luego de internar a Yasha al corazón de un bosque, cerca a un arroyo frío, aunque apenas arranca el motor corre el ciervo detrás de la Historia. En algún punto se convence u olvida que el clan, que es apenas un bulto en el horizonte, no volverá, y con reasignación se acomoda a la piedad del Tundra, que generosa y cruel, siempre a ritmos iguales, le asegura un vegetal corazón despojado de Historia. 

domingo, 23 de septiembre de 2018 Leave a comment

50 / 50

Resultado de imagen para serpiente medieval art

Dice la leyenda --no algún mito, sino el secular rótulo de la foto-- que quedó el reptil congelado por las llamas de un incendio en Oregon. Su cuerpo enroscado y erecto está seccionado, en vez de carne tiene vacío, y lo cubre por partes una lámina negra que engaña, puede ser petróleo, piensa uno, o barro, tanta materia en la que día a día los animales no temen sumergirse. El reptil, una serpiente de cascabel, tiene la fauces abiertas, y dice la leyenda que mantuvo posición de ataque; allí quedó congelada. Uno puede imaginar la batalla del reptil: la pelea perdida contra el fuego. Difícil pensar que exista alguien o algún animal que haya librado batalla contra alguno de los cuatro elementos y haya podido contarlo. Y la batalla se libró. Imagino al reptil que no opta por huir como tantos mamíferos y aves del siniestro, sino que ingresa al corazón mismo de su enemigo. La experiencia enseña que de todos los enemigos de la tierra, el fuego, por carecer de cuerpo, por su afición por los cuerpos orgánicos, por tener como mil brazos y lengüetas es la encarnación misma de la muerte. Y la batalla existió. Imagino al reptil en sus últimos segundos, inadvertido de su muerte; mientras su vida se es solo la batalla, el cincuenta cincuenta que ofrece la lucha, por más que se trate del fuego: es cincuenta cincuenta.

lunes, 20 de agosto de 2018 Leave a comment

Pequeña taxonomía - Hipopótamo


La joya desciende por el Nilo como liberada en medio de la corriente. Trayectoria de sur a norte, la joya flota pesada: no puede nadar. Suele caminar en las profundidades del río, en el limo, y levanta partículas como polen cuando cabalga entre redes vegetales. Abre los ojos la joya para ubicar en las trayectorias de la luz y su alimento, el camino de vuelta, anfibio, para tomar el aire de los mortales.

Se imprime en la joya las redes vegetales y pistilos de las orillas, que son coronas del río del que nunca se atreve a salir. Preserva en sus oídos las celebraciones de sus feligreses, que le rogaron ser turquesa y lámpara del camino de ida de su cadáver. La joya ha nadado y acompañado a hombres por el camino acuático de la muerte. Quieta, no sabe qué hacer alejada de su cadáver. Extraña el río y ese camino de ida.   

La joya recuerda los dedos de su hacedor que le tatuó flores de loto, sabe también de la textura de la carne y huesos secos, de los que era fuente de agua. Siguen creciendo en su cuerpo las flores, mutando las hojas y el polen. Le han recompuesto las extremidades que yacían rotas al lado del cadáver, y no sabe usarlas. Si no puede cabalgar en el Nilo, o el río negro de la muerte, solo puede yacer. 

La joya ha encallado en medio del pavimento. Yace en otro templo que nunca tuvo dioses. Rodeada de vidrios, indiferente a los dedos profanos de restauradores, se pregunta si cruzará el océano o si el océano lo cruzará a él cuando por esa costa, que le es ajena, que le resulta gélida, naveguen otros hombres y se hablen otras lenguas. 

domingo, 11 de febrero de 2018 Leave a comment

« Entradas antiguas Entradas más recientes »
Con la tecnología de Blogger.