Sufjan Stevens, 2015 (o cómo ser un joven maestro)



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En los festivales de folk se solía tocar sin cables. La puesta se reducía a un músico y su ensimismamiento en la guitarra. Un público que veía (y oía) en silencio, y simulaba una misa o una prédica. Esas imágenes de los primeros festivales de folk pueden alternarse con la proliferación de  gestos severos de Martin Luther King o los rezos de jóvenes para detener la lluvia nuclear y los misiles cubanos. En Newport festival inspiró a esa horda de pacifistas Peter Seeger y Johnny Cash, también Joan Baez que llevó a Dylan quien todavía pretendía ser un cantante de folk. Esa estirpe a la que dice pertenecer Sufjan Stevens, a pesar de que lleva consigo siempre toneladas de material eléctrico. Por menos cantidad de cables Peter Seeger amenazó a Dylan que estuvo empecinado en una versión enchufada de Maggie's Farm. Y ahí está Sufjan en festivales folk. They times, they are a-changing.

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Sufjan Stevens se sube a un escenario que le recuerda al paisaje que evoca en sus dos discos-estados. Lo celebra y se burla de la alegría infantil que le recuerdan las montañas de Colorado. Dice: "He visto un arcoriris, un unicornio y ponnies que me han saludado". La infancia de Sufjan en Michigan e Illinois. Los Strokes elaboran odas a la juventud en la clave de NYC --a donde migró Sufjan-- pero para él su imaginación solo puede apelar a la fuerza natural de los quietos lagos de Michigan, los rumores de la educación cristiana que ha construido su país, y el escampado de la metrópoli de Chicago donde circulan los mitos viejos y modernos de su nación: la fuerza del trabajo, la bendición de Dios y la superioridad de la raza blanca.

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"Yo no sé cantar", se preocupa siempre. Nadie se preocupa ya de eso. No importa. Pero pequeño maestro da la primera lección, que pocos saben, como lo prueba el estado del arte contemporáneo: importa al maestro el craft, ejecución e imaginación. "Sé cantar al estilo hobo", dice. No sabe cantar como debe cantar a cómo es ahora. Supone eso y se preocupa.

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En Carrie and Lowell (2015), Sufjan es él en una forma definitiva de ser él. La gente dice: Sufjan y dios o Sufjan y Cristo o Sufjan y la Biblia. Mejor decir: el hombre y el dolor que deja el que ha partido y nunca volverá. Si antes sus discos se nutrían de su educación cristiana, que era el prisma por el que descifraba el curso de la naturaleza, ahora la invoca para saludar a sus muertos. Ante la muerte de su madre no puede sino preguntar dónde deambula y como dice textualmente, en ese estado no lo puede escuchar. ¿Qué se puede hacer para hablar sobre los muertos y sobre todo, querer hablar con ellos, sino recurrir a los que nos han prometido vencer a la muerte?

martes, 18 de agosto de 2015 Leave a comment

R. cuando quería leer / R. y el caracol




 1

R dice que desde adolescente le gustaba leer hasta bien entrada la madrugada. Dice que recuerda que a veces no dejaba de leer sino hasta acabar los libros. Recuerdo, afirma, que terminé de leer La madre a la cinco de la madrugada. Orgulloso, sigue: No paré, cerré el libro y era casi el amanecer. Se detiene, espera que le responda algo, pero yo solo quiero escuchar. Entonces sigue: Pero mi mamá siempre subía a mi cuarto a pedirme que yo apagara la luz. Siempre subía, sea la hora que sea: tres o cuatro de la mañana. Por eso yo me compré un clip que venía con una lucecita, y que se ponía en el mismo libro. Con ese aparato podía leer hasta tarde y mi mamá no se daba cuenta. Cuando sentía que mi mamá estaba subiendo las escaleras. Click. Apagaba el aparatito y así no se veía nada de afuera. R. se ríe siempre cuando recuerda su picardía de joven lector.

2

Saliendo al jardín es de noche ya. Siempre está humedo y brilla en la oscuridad por las luces de los postes. Al salir siempre es como ingresar a la noche de verdad, o eso se siente. Dentro, la casa proyecta un abrigo intemporal, de aquello que no oscurece o es quieto, aun sean las siete, las nueve o la medianoche. Afuera, un hilo transparente se interpone entre mi paso y el desnivel. Un caracol avanza lento, quiere internarse en un matorral que bordea la entrada. R. sigue hablando de los libros y sus proyectos, de sus trabajos y sus días. Le apunto al animal que deja una estela transparente: Un caracol, mire. R. mira hacia abajo, se pone de cuclillas, se levanta las bastas del pantalón. Se queda segundos allí y dice: A ver, ¡qué grande! Luego de la emoción infantil, baja la grada de la entrada y prosigue la enumeración apasionada de sus deberes de la semana.
 

miércoles, 5 de agosto de 2015 Leave a comment

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