Buckley


Incrédula siempre a la idea de las reencarnaciones, quedó perpleja al ver el cadáver en el río. Si bien el cadáver tenía otro atuendo y el cuerpo otra textura, no la textura atlética de Tim, sino otra, flácida y hasta enfermiza, allí estaba él flotando, él mismo y otro a la vez, se decía en silencio. Los agentes le impidieron acercarse y no entendieron su extrañeza. Solo el análisis posterior de los molares arrojaron datos exactos: el cadáver, a pesar del parecido que tenía con el desaparecido, se trataba de otro, de un tal Jeff. 

Nadie había reclamado el cuerpo hasta el sábado en la tarde en que tuvo un extraño sueño. La búsqueda de su marido seguía en curso pero con la amenaza de suspender las búsquedas luego de un mes de desaparecido le habían dado extraños sueños. Salvo ese. En ese sueño, ella era más joven y estaba caminando con Tim hasta una casa de algunos amigos, lo sabía en el sueño, y entraron. Los recibió un amigo con el que apenas habían hablado. Ella sentada con él en el sofá lo fue apretando cada vez más los brazos hasta que él se acercó a besarla. Por pudor al encontrarse delante del amigo que conversaba, volteó la cara y él solo le rozó el hombro. Apenas. Lo siguiente que recuerda es ir hacia la parte atrás de la casa donde había un arroyo poco profundo. Ella volteó y le dijo a Tim, Jeff y luego él le respondió que iría a bañarse porque el verano estaba insoportable. Cuando se despertó se preguntó si es que no estaría albergando el recuerdo de otra persona. Pero, se decía mientras se peinaba frente al espejo, si fuese así, cómo es que el amigo común estaba allí y conversaba con el supuesto extraño y ella con toda la complicidad adquirida por años de amistad. Cómo, se decía, si ese fuese no un sueño sino un recuerdo, el amigo en común de ambos había aparecido. Cómo, se dijo finalmente, quizá Tim la había visitado en los sueños --o los recuerdos, es lo mismo-- para avisarle de algo. 

Es claro, le dijo el oficinista de la morgue, que el hombre ahogado es mucho menor que su esposo. Puede ser su hijo, le dijo. Y usted su madre. No hay normas para cerciorarse de la identidad de alguien sino las huellas, los dientes y unas pruebas que solo el laboratorio puede saber. Números, trazos invisibles para el ojo. De camino en el taxi pensó en encargarse de sepultar el cuerpo del joven idéntico a su esposo aunque no la asaltó una decisión sino un deseo. 

Esa noche durmió con las manos sobre el pecho. Le abordó nuevamente el sueño, con diferentes episodios esta vez. Eran jóvenes y ella ahora estaba echada en el sofá con Tim. El amigo llega pero ella no se ruboriza sino sigue echada en el regazo de él. Luego entra una mujer, la que supone fue una ex novia de su marido, lo sabe en el sueño pero es mucho más joven que ambos. Si, calcula su edad rápidamente, ambos tienen 25 años, la muchacha debe tener 17 y pasa rápidamente. Su marido nuevamente voltea pero esta vez ella no desiste y él le da un beso en la mejilla. El amigo no se sorprende. Ella lo observa cada vez con más atención y nota que él es mucho más joven. El sueño prosigue y ambos, mucho más jóvenes, cada vez más jóvenes a cada paso se van acercando al arroyo que está debajo de la casa y Jeff le dice me voy rápidamente, ven. Ella oye su voz y dice, Tim es tu voz, es tu misma voz. pero desiste de entrar, le pide que vuelva. Es tu voz, le grita. Jeff insiste y entra al arroyo y ella sabe que cuando despierte él ya no estará más, se habrá ido para siempre. 

Al día siguiente va a la morgue e insiste y miente, y dice que se ha perdido un hijo, que tiene tales trazos, pide que lo dejen ver al cadáver, exige que lo dejen atenderlo. Por su rostro desencajado le creen, sacan sus documentos y las fotos del ahogado, que ella misma presenció hace algunas semanas. Le dicen que espere y espera. Sentada en una banca de madera, a sus setenta y tres años, teme con angustia y emoción, haberse enamorado de un muerto.

martes, 12 de julio de 2016 Leave a comment

Bowie



Han hallado al enfermo sin vendas. Expuestas a la intemperie y el oxígeno, las manchas de sangre se habían tornado costra: sin disciplina se asomaban por las pequeñas aberturas de la piel. Había pasado toda la noche allí, recostado en el sofá del recibidor de una oficina que él sabía, siempre dejaban abierta. 
Los hombres lo tomaron del brazo con delicadeza. Era hora de ir a casa, le dijeron. Él no se opuso, como todos los días no se oponía a que lo llevaran a cuestas. Sabía que dolía menos si se dejaba ir. Solo sintió un punzón en el hígado al doblar hacia la recta de su casa, y el dolor lo quebró en dos. Los hombres lo hicieron enderezarse. Subió el ascensor sin ayuda. Los hombres lo soltaron el trayecto hacia el baño, donde se despojó de una bata y pantalones, y se sumergió en la bañera donde el agua se teñía con su suciedad, las costras, las distintas tonalidades de su sangre.

Sabía que, a diferencia de otros, le estaba permitido morir en su casa.

Blackstar


Su forma era la de una estrella negra. Lo había asegurado el niño después de mirar por la ventana. Los adultos de la casa lo trataron de convencer de que había visto un cuerpo celeste --y reconocible-- caer. Buscaban crearle un falso recuerdo. Pero él insistió en su visión. Les dijo: "Era un sol negro. Un círculo de fuego detrás de una sombra negra, redonda".

Para hacer creíble el designio, dibujó su visión. Su descripción correspondía al recuerdo heredado de la extinción anterior. Porque su dibujo era un instrumento, lo agotaron con una flama pequeña. Los adultos sabían que la visión del fuego en la suspendida noche  significaba la hora de partida. Cuando llegaron a su habitación no lloraron; se tomaron de las manos primero y luego se pusieron a alistar sus cosas. 

Tis a Pity She Was a Whore


Ella lo golpeó como un hombre. Sus nudillos rasgaron las membranas internas del labio superior y lo hizo sangrar. A él la sangre le supo a la infancia, y la absorbió de nuevo, con una sonrisa involuntaria. En esos segundos, mientras ella alzaba el rostro y acomodaba su perfil, en ese gesto violento le pareció distinguir alguna indecisión, pero se equivocó. Recibió otro golpe en el pómulo izquierdo. Un golpe seco, inmediato. Se tomó la cara y se resignó a echarse en el suelo, reptando. No pudo esquivar tampoco la siguiente punzada en el costado derecho, y que le calentó el pecho. 

Ella lo siguió golpeando como un hombre. 

Lazarus


Dicen con pruebas que en las escrituras Lázaro no recordaba haber regresado de algún lugar. Un testigo sincero, decían. 
Nos han contado que una noche Lázaro ha llamado en rezos al hombre que vio en el cielo cuando muerto se sumergió en la oscuridad. Le han prevenido de decir esta historia, pero alguna vez la ha susurrado.
 Susurró ver un laberinto gigantesco, con elevaciones rectangulares y pequeños lagos inscrustados en sus paredes. Sabe que no fue un sueño sino un recuerdo. Lo sabe porque al despertarse, después de resurrecto, conservaba una cicatriz que le hizo alguno de esos lagos secos y rotos cuando intentó cogerse de ellos. El recuerdo es brumoso como un sueño. Podría enumerar apenas una secuencia de eventos. Una gran caja móvil que lo llevaba hacia el cielo. Una habitación grande donde lo obligaron a bañarse sin necesitarlo. Un lecho blanco y alto, cruzado de líneas transparentes. Él echado hasta quedarse dormido, con las líneas transparentes que se incrustaban en su brazo. Duerme finalmente y cuando despierta está en su sepulcro de piedra, con los suyos de nuevo. Señor, señor, ha gritado: Me has traido de vuelta.

martes, 16 de febrero de 2016 Leave a comment

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